Federico el Grande, rey de Prusia, tenía un palacio en el campo para pasar el verano, cuando el tiempo era agradable en aquella región. En su palacio se celebraban suntuosas fiestas y conciertos musicales. En los bosques vecinos se organizaban grandes cacerías y acudían muchos invitados de la alta sociedad: príncipes, nobles, artistas, músicos y hasta filósofos. Pero tenía un vecino que tenía su molino muy cerca del palacio, en cuanto se levantaba un poco de viento, el ruido de sus aspas molestaba al rey y a sus invitados, además de ello el molino afeaba las vistas de los paisajes desde el palacio.

Enojado por este estorbo en su residencia favorita, el rey Federico mandó preguntar al propietario el precio por el cual vendería su molino. El propietario dijo que por ningún precio vendería su propiedad. Ante semejante respuesta Federico en estado colérico y con todo el poder que poseía, dio orden de que el molino fuera derribado, a lo que replicó el molinero ¿El rey tiene derecho hacer esta arbitrariedad? ¿Acaso no hay leyes y jueces independientes en Prusia? Por lo que procedió legalmente contra el monarca, obteniendo como resultado que el juez condenara a Federico a reconstruir el molino y a pagar además una gran suma de dinero como compensación por el acto arbitrario.

Federico se molestó, sin embargo, tuvo la humildad de reconocer el abuso de autoridad y declaró a sus cortesanos lo siguiente: “Estoy complacido de encontrar que existen en mi reino leyes justas y jueces rectos e independientes” Algunos años después de este hecho el jefe de la honesta familia del molinero, que había heredado legalmente la posesión de este pequeño bien, se encontró en dificultades económicas con motivo de las pérdidas sufridas a consecuencia de la guerra, y escribió al rey de Prusia recordándole la negativa dada por sus ascendientes a Federico el Grande y preguntando si su majestad abrigaba el mismo deseo de adquirir la propiedad.

El rey escribió inmediatamente, con su propio puño, la siguiente respuesta: Mi querido vecino: No puedo permitir que venda usted el molino; este debe permanecer en su posesión tanto tiempo como exista algún miembro de su familia, porque pertenece a la historia de Prusia. Lamento, que usted este en malas circunstancias económicas, pero reciba de mi parte a título gratuito seis mil marcos para que arregle sus asuntos, esperando que esta suma sea suficiente para rehacer su negocio y considéreme siempre como su afectísimo vecino, Federico Guillermo.

De esta historia de la que circulan diversas versiones sobre el rey de Prusia, Federico el Grande, y el molinero de Sanssouci, ha sobrevivido hasta hoy una afirmación: “Hay jueces en Berlín”, lo cual se ha vuelto un icono de la independencia judicial en occidente, que lo presenta como uno de sus mayores logros del Estado de Derecho, la sujeción del poder público al imperio de la ley, que solo se garantiza y hace efectiva al reconocer el control de su actuación por los tribunales de justicia. No es de extrañar por ello que la frase se invoque de manera recurrente, que viaje por las grandes ciudades del mundo.

Es un recordatorio para los débiles que están frente a los poderosos, que ante cualquier controversia con el poder público están prestos los jueces independientes, para resolver conforme a derecho y dar la razón no al que tiene poder ni al que tiene la capacidad para contratar a los mejores abogados, sino al que le asiste la verdad y la justa razón. Quisiera decir la mismo de mi país, El Salvador, sin embargo, ahora el derecho sale torcido como lo dice Habacuc 1:4: Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas.

Digo lo anterior porque en el contexto del Régimen de Excepción, han capturado a más de 51 mil personas de las cuales, dice la autoridad, que todos son pandilleros, siendo esto una falacia, peor aún es atentatorio a la presunción de inocencia, pero los funcionarios públicos desconociendo este principio dan por culpables a todos estos detenidos, sin que hayan sido oídos y vencidos en juicio con arreglo a las leyes. Lamentablemente no existe un equilibrio en el poder, por ello han dejado en la cárcel a personas que no tienen nada que ver con las pandillas a pesar de los arraigos sólidos presentados, donde se demuestra que se trata de ciudadanos honrados y trabajadores.