“En nuestro país la estructura económica de unos pocos que tienen mucho y de grandes masas empobrecidas que tiene muy poco, se hace sentir una vez más como causante del desequilibro y desorden social en que vivimos”. Esta denuncia no fue de nuestro profeta, mártir y ahora santo. La formuló su predecesor, Luis Chávez y González, en la carta pastoral del 1 de abril de 1975. Casi nueve años antes, en otra exhortación similar indicó el camino para encarar y superar esa grave situación nacional. “Si las estructuras políticas o económicas de un país –aseguró– condicionan a una parte de la población a vivir en situaciones donde el hombre normal no puede alcanzar su pleno desarrollo humano, esas estructuras tienen que cambiar”. Sin duda, con su desempeño, el tercer mitrado metropolitano le dejó alta la vara a su sucesor.

Pero si Chávez y González debió lidiar con el dictador Maximiliano Hernández Martínez, los otros militares trucados en presidentes y los graves problemas sociales que abatían a las mayorías populares, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez se estrenó en el cargo con el segundo escandaloso fraude electoral de la década y la masacre que lo siguió. Fue nombrado arzobispo por Pablo VI, su profesor, el 3 de febrero de 1977; una semana después declaró a un medio que el Gobierno no debía “tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando este está cumpliendo su misión en la política de bien común”. Advertidos, pues,estaban de su talante.

Finalizando su carta pastoral del 19 de marzo de 1957,Chávez y González lanzó esta advertencia literal: “La Ley que debería ser el reflejo de la razón divina, al desentenderse de Dios, se ha convertido en un ídolo y sabemos que la idolatría es la fuente más densa de inmoralidad, además, de que más tarde o más temprano hace pagar muy caro su culto a sus adoradores. El cristiano no reconoce ese ídolo, sabe que toda ley que no se conforma con la recta razón y la ley de Dios es injusta y no hay por qué obedecerla, y gracias a esta actitud se convierte en el baluarte más fuerte de la dignidad y la libertad humanas”. Así, la máxima autoridad católica nacional de la época se plantó ante el poder y llamó al pueblo a desobedecer normativas que contrariaran valores humanos esenciales.

San Romero de América también lo hizo al finalizar su famosa homilía del 23 de marzo de 1980. Como buen pastor, hace 44 años fue más allá dirigiéndose directamente a quienes perseguían, capturaban, torturaban, asesinaban y desaparecían personas opositoras o sospechosas de serlo. “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial –clamó– a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”.

Don Arturo Rivera y Damas no defraudó: siguió los pasos de sus dos antecesores denunciando las injusticias sociales y las graves violaciones de derechos humanos, los crímenes de guerra y los delitos contra la humanidad mientras los fusiles no callaban. Cuando lo hicieron, en buena medida por su búsqueda infatigable de la paz mediante el diálogo no solo entre los victimarios sino también con participación real de sus víctimas, continuó señalando males hasta fallecer el 26 de noviembre de 1994.

“Aquí –afirmó seis días antes− tuvimos una Comisión de la Verdad, un Grupo Conjunto que indagó los grupos irregulares armados, y no se hizo caso a la verdad. Nosotros tememos a la verdad y por eso es que falla nuestro proceso de paz, porque donde no hay verdad y hay mentira, ahí la paz se tambalea. Reino de verdad y de vida: esto quiere decir que debemos trabajar para que realmente entre nosotros impere la verdad, impere el respeto a la vida. Porque, aunque haya pasado el conflicto, se sigue matando a la gente y eso no es conforme al plan de Dios”.Denunciar eso, “desentonaba”...

Lastimosamente, en la actualidad la jerarquía católica no está a la altura de estos santos varones que seguramente –con voz potente, sin concesiones– estarían poniendo el dedo sobre las llagas purulentas del oficialismo actual. Su silencio ante atropellos, manoseos de las leyes y mentiras de este régimen,será cómplice de lo que ocurre y de lo que nos depara un peliagudo porvenir.