Hace 48 años se realizó en el territorio nacional el concurso Miss Universo; por ello se promovía a El Salvador como “el país de la sonrisa”. Así lo vendía el régimen encabezado por el coronel Arturo Armando Molina, tercer presidente por el Partido de Conciliación Nacional impuesto mediante un fraude electoral descomunal y escandaloso, consumado el 20 de febrero de 1972 y validado por una Asamblea Legislativa sumisa.

La “ventaja” de Molina en las urnas sobre Napoleón Duarte, anunciaada por el Consejo Central de Elecciones, no sumó ni 12 mil votos. Una nota de la época publicada en el New York Times sobre esa pírrica estafa electoral, finalizaba indicando que el general Fidel Sánchez Hernández ‒quien logró casi el 55 % de los sufragios en las elecciones presidenciales anteriores y encabezó la guerra contra Honduras, mal llamada “de la dignidad nacional”‒ no buscó reelegirse pese a esos “méritos” pues se lo prohibía la Constitución. Días después del certamen mundial, esa “sonrisa” se volvió aún más siniestra de lo que ya era.


Alguna fijación tendría quizás Molina tanto con la Universidad de El Salvador como con julio pues, en 1972, el 19 de ese mes sus tropas invadieron y militarizaron las instalaciones de dicha casa de estudios superiores; tres años pasaron para que reprimiera después a quienes, en el Centro Universitario de Occidente, se preparaban para marchar en las calles de Santa Ana cinco días antes del trágico 30 de julio de 1975. En esta última fecha, fieras uniformadas desenfrenadas atacaron inmisericordemente la masiva manifestación estudiantil que ‒acompañada por alumnos de secundaria y pueblo solidario‒ se realizaba en la capital en protesta por lo que acababa de acontecer en la llamada “Ciudad morena”.

Que estos hechos hayan ocurrido en julio, más que una fijación de Molina es una casualidad; pero que tan arteros ataques los haya efectuado contra la autonomía de la única universidad pública salvadoreña y su estudiantado, no. Había que neutralizar o hasta aniquilar a quienes se oponían a la dictadura militar y al poder económico que la financiaba. Y en semejante escenario, la comunidad universitaria consciente era uno de los objetivos prioritarios para el despotismo que ‒a partir de ese año‒ apretó más el puño represor mediante el cual pretendía mantener sometidas del cuello a las mayorías populares descontentas.

Así las cosas, durante la segunda mitad de julio y los primeros días de agosto, en 1975 se conjugaron cuatro componentes cuya vigencia fue constante en nuestra realidad de entonces hasta el final de esa década, para después dar paso a la guerra. En primer lugar se ubicaban “cortinas de humo” y terrorismo estatales. Así, durante el primero de esos meses se montó la insultante y onerosa competencia internacional mencionada, para intentar inútilmente ocultar la oprobiosa brutalidad gubernamental ejercida contra enemigos políticos reales o imaginarios; esta ya venía desde antes y, hasta entonces, su expresión más terrible fue la citada masacre de la referida manifestación estudiantil.

En el polo opuesto a los anteriores, están los otros dos componentes: la defensa de los derechos humanos y la organización popular que irrumpieron con más fuerza en el entorno de la época, días después del derramamiento de sangre en las calles capitalinas. Iniciando agosto de 1975 se anunció, por separado, el surgimiento del Socorro Jurídico Cristiano y del Bloque Popular Revolucionario. Indispensables, insustituibles y valiosas en la lucha contra la dictadura en condiciones tan duras, estas iniciativas fueron herramientas útiles en favor de las mayorías populares. Año y medio después se sumó, para robustecer la reivindicación de la dignidad de la persona humana desde la opción preferencial por los pobres, monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez tras convertirse en arzobispo metropolitano.

Aprender de la historia es algo necesario y beneficioso, tanto en lo personal como en lo colectivo. Detengámonos en la nuestra, para ver cómo nos encontramos ahora y cuáles son los desafíos que nos establece la realidad de su población oprimida. “Cortinas de humo” oficialistas y violaciones de derechos humanos abundan. Ante eso, las organizaciones que acompañan a las víctimas deberían replantearse las maneras de hacerlo para colocarlas en el centro como las principales protagonistas de su defensa y asumiéndose, entonces, como instrumentos a su servicio. La organización de las mayorías populares sigue siendo una deuda pendiente; esta va más allá de los calendarios electoreros y la reivindicación de conceptos de “sociedad civil”, vacíos de contenido y hasta inentendibles para la gente sufriente. Y la cabeza arquidiocesana actual, no le llega ni a los talones a nuestro santo. He ahí los grandes retos que se deben asumir atinadamente, para borrarle la “sonrisa macabra” a la actual autocracia.