El título de este comentario es la actitud que adoptaban los jóvenes desposeídos salvadoreños hacia su vida, cuando se incorporan a la mara de su barrio, pues no hay otra, los barrios han estado dominados por una de las maras, que se han divido el territorio. Lo que nos interesa en este artículo es la posición nihilista que impulsa a joven de 15 años el asumir que vale la pena vivir “la vida loca” por cinco años, que vivir 100 años como un eunuco. Me inquieta que todos estos jóvenes en Costa Rica que se involucran en la delincuencia y de los que al menos uno es asesinado todos los días (uno es mucho, a veces son dos o tres), estén pensando cómo piensan los jóvenes desposeídos salvadoreños.

La verdad es que las condiciones de estrechez y carencias en El Salvador, por lo menos durante mi experiencia de vida allá como embajador primero y como ciudadano hasta el 2019, no admitían comparación con las de Costa Rica, estas mucho menos críticas, no tan proclives a engendrar desesperanza tan claramente como se puede sembrar en el hermano y querido país centroamericano. Y en El Salvador, la actividad marera en esos tiempos era mucho más diversificada que lo que es en Costa Rica. El triángulo del Norte contiene una dimensión de abuso y violencia a la que Costa Rica no se le acerca. Es otro nivel.

Pareciera que la promesa de vivir “la vida loca” rápidamente, es un aliciente grande para muchos de estos jóvenes. La posibilidad de “hacerse” de recursos materiales sin tener que bregar como lo hace la gente decente (estudiando y desarrollando una carrera laboral o empresarial), es algo que seduce e impulsa a esa forma de existir, que ciega vidas innecesariamente y que además tiene un impacto social en otros campos.

Me preocupa el que gracias a la cobertura y hasta cierto punto irresponsabilidad periodística, se esté tratando el tema en forma sensacionalista y amarillista como si estuviéramos en una carrera para que este sea un año récord en cuanto a muertes violentas. El trato que se le da a la situación tiene un efecto pernicioso en la sociedad, especialmente la que está más cerca del teatro de estos sucesos: barrios humildes citadinos y pueblos pequeños. La gente por un lado se está aterrorizando y por el otro, se está acostumbrando a la violencia que desemboca en muerte, como si de meter goles en un partido de futbol se tratara. No ayuda la prensa y su actitud la hace quedar como irresponsable e inconsciente. Hay formas de informar; no se trata de limitar la información; se trata de actuar con mayor responsabilidad.

El problema es complejo y requiere de un tratamiento distinto. Está muy relacionado con decisiones que el país tendrá que tomar vinculadas a la reflexión de que si “haciendo más de lo mismo se lograran mejores resultados.” La lógica y evidencia en tantos campos señala que no es así. Este es un tema a tratar en otro contexto, pero, por ejemplo, el manejo que hace Costa Rica -y la mayor parte de países en el mundo- del problema de la narco actividad, es claramente una batalla perdida.

Se debe en Costa Rica identificar y trabajar con los muchachos y muchachas en riesgo para disuadirlos antes de que se involucren. Esto requiere un mejoramiento de los programas sociales en cuanto a pertinencia, eficiencia y eficacia, con énfasis en la educación formal apropiada para incorporarse a la sociedad en forma más aceptable que hacerlo delinquiendo, lo que implica financiar su vida en lo básico y como estudiantes en el corto plazo. Se requiere mucha capacidad de persuasión para ello y plantear un camino de esperanza que a su final lleve a una vida decente, segura y con perspectivas claras de progreso sostenido y consecuente desarrollo, sin estar pensando en ser rey o buey. Por supuesto la calidad de la educación es clave: se trata de formar integralmente y no solamente capacitar. Nunca manipular la formación con fines que persiguen objetivos disonantes.

Es difícil que en Costa Rica se creen y se “vayan de las manos” las maras como sucedió en El Salvador, pero no es imposible. En El Salvador hubo negligencia y el problema se exacerbó. Los que asesinan y sobreviven, se van encebando como los tigres y es posible el asesinar se vuelva la ruta escogida para solucionar desavenencias o promover intereses. Estemos claros: el problema no es solo de Costa Rica; todo lo contrario. Veamos a Tailandia por ejemplo, entre otros muchos países.

Creo que por allí va el camino. Hay que moverse ya, el gobierno en sus diferentes manifestaciones técnico-políticas, nacional y local, incorporando a las comunidades por supuesto, así como a instancias privadas que ejerzan la Responsabilidad Social Empresarial y ONGs, pues al fin y al cabo, los jóvenes son expresiones importantes y responsabilidad parcial de su comunidad.