Habíamos anunciado que Xiomara Castro titular del ejecutivo hondureño, visitaría al Presidente salvadoreño. No sabíamos la fecha y la forma. Zelaya, realmente el gobernante no elegido por los hondureños, pero en realidad quien toma las decisiones, es imprevisible en las distancias cortas. Por ello, sombrero de ganadero en mano –con el cual además disimula una calvicie indomable- tomo el avión presidencial y acompañado del delfín, su hijo mayor, se presentó en el despacho del presidente salvadoreño.

No tenemos, sobre los temas tratados en la entrevista, sino solo una versión: la de Héctor Zelaya, el hijo mayor del matrimonio gobernante hondureño. Bukele, normalmente locuaz y eficiente para divulgar lo que favorece a su imagen, en esta oportunidad, se ha llamado al silencio, dejándonos huérfanos de sus palabras, en las que suelta opiniones y define escenarios. De modo que, ante el silencio, la ausencia de las palabras, tenemos la obligación de recurrir al lenguaje gestual para penetrar en el hermético mundo de los dos gobernantes más discutidos de Centroamérica. Después de Daniel Ortega, por supuesto.

En primer lugar, es el hondureño que visita al líder salvadoreño. En el gesto, hay un discreto indicio de reconocimiento de su superioridad y un leve juego del político más jugado, viejo y tradicional, hacia el joven arrogante mandatario salvadoreño. Pero esconde la visión del viejo pescador que le da cuerda, (como Santiago Hernández en El Viejo y el Mar), al pez iracundo, para que se fatigue y al final se rinda. Bukele, tiene suficiente talento para valorar el gesto. Por ello, lo recibe en su trono. En su amplia oficina que no tiene que ver, por sus espacios amplios, minimalistas, con un país pequeño como El Salvador. Y lo hace sin quitarse la gorra. Mientras el hondureño tiene el sombrero en las manos, el salvadoreño, como muchacho rebelde e irreverente de las viejas clases políticas, asume una postura irreverente. Por ello, atento; pero distante escucha al hondureño. Sabe el discurso de memoria, por lo que se concentra más en apreciar cómo junta las piernas al sentarse, el tono de las palabras y el gesto de Héctor Zelaya, siempre buscador de imágenes, al momento de las fotografías.

Pero Bukele, pasó por alto algo que los salvadoreños saben muy bien. Como ambos pueblos son tan parecidos, lo conocen muy bien. “Que el gallo viejo, con el ala mata”. Por ello, cuando se ponen de pie, Bukele no pudo reaccionar frente al acto paternal, propio de la engañosa ternura del patrón de hacienda que coloca las manos sobre sus hombros. Con lo que le dice, mira muchacho, aquí el que sabe cómo son las cosas soy yo, tú eres, nada más que un principiante, incluso un trabajador de mis hvaciendas. Bukele que a medida que siente el contacto del superior, reacciona y mantiene sus brazos caídos, diciéndole que puede imaginar lo que quiera; pero viéndole a los ojos con serena confianza, que trata con un líder que no solo derrotó a los mejores de su país, sino que, además, sabe con los viejos caudillos. Y para confirmarlo, antes, ha ojeado con indiferencia un mal libro escrito por Zelaya que no tiene fama de escritor o de lector, por su dificultad visual. Conoce el relato, por lo que es el libro, quien es su autor, cosa que el hondureño no aprecia, es colocado displicentemente en una revistera a su lado.

Los dos quedaron contentos. Ambos se engañaron, preparándose para la siguiente jugada. La visita a Honduras en donde, extrañamente en la medida en que los gobernantes nacionales muestran sus incompetencias, la figura de Bukele se fortalece entre los desilusionados catrachos. No son pocos los que le admiran. Y varios de ellos quisieran tener en Honduras, más que un ganadero que no deja gobernar a su mujer porque no respeta los temas de género; ni abandona sus visiones patriarcales, preferiría a un joven imaginativo, fuerte y decidido como Bukele. Por ello, sabe que, siendo más pragmático, tiene más que ganar. Y demostrará que no acepta que lo traten como si fuera peón de hacienda, de un patrón al que se le está cayendo el pelo. Cuando sale Zelaya y su hijo de su oficina, ordena que pasen la aspiradora para que limpien la carcoma que ha dejado el ex gobernante hondureño que le ha visitado.