Considerando lo ocurrido este domingo 25 de junio en Guatemala, cualquiera diría que existe la enorme posibilidad de que en el vecino país se inaugure una tercera “primavera democrática” con la llegada al Ejecutivo del hijo de Juan José Arévalo, quien hace casi 80 años fue parte de la primera de estas cuando ‒tras la “Revolución de 1944”‒ resultó electo presidente de la república y tomó posesión del cargo el 15 de marzo de 1945 para entregárselo a Jacobo Arbenz Guzmán seis años después. Este renunció el 27 de julio de 1954 y se instaló de nuevo el oscurantismo castrense. Aunque después hubo algunos presidentes civiles, el ejército continuó siendo el factor decisivo en la defensa de los intereses de la clase dominante chapina.

La segunda “primavera democrática” tuvo lugar en el 2015, cuando la población se movilizó hasta forzar la renuncia de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti. Sin embargo, luego de las votaciones realizadas ese año ocupó la silla presidencial Jimmy Morales: este se encargó de “darle vuelta a la tortilla”, arropado por la Asociación de Veteranos Militares.

Ahora, apenas superado por Sandra Torres con tres paupérrimos puntos más, Bernardo Arévalo –candidato del partido Semilla, surgido de la lucha social contra la corrupción hace ocho años– ha sorprendido a medio mundo echando a la basura todas las encuestas previas al evento electoral que lo colocaban en la octava posición entre las preferencias ciudadanas. Si triunfa el 20 de agosto, Arévalo deberá navegar en aguas turbulentas dentro de las cuales los peligros mayores que sin duda enfrentará serán la Corte de Constitucionalidad y el Ministerio Público jefeado por Consuelo Porras, fiscal general impuesta por el impresentable Alejandro Giammattei.

Y el mismo día que esa jornada esperanzadora tenía lugar en tierras chapinas, acá en mi país los nubarrones antidemocráticos crecían más con la inscripción de Nayib Bukele y Félix Ulloa hijo como precandidatos a presidente y vicepresidente de la república, respectivamente, por el partido Nuevas Ideas. La inconstitucionalidad de semejante pretensión por parte de este par de cuenteros, es una verdad de Perogrullo; por tanto, no voy a abundar en ello. Pero sí debo aclarar porqué ocupo tal calificativo para referirme a ambos precisamente ahora, cuando ya deberíamos habernos acostumbrado a ello. Lo utilizo para advertirle a la gente, dentro y fuera del país, del grave daño que le causarán a este.

“La Constitución no permite que la misma persona sea presidente dos veces seguidas. Puede ser presidente ochenta veces si quiere, pero no seguidas. Eso es para garantizar que no se mantenga en el poder y que él ocupe el poder para quedarse en el poder”. Así de “poderosa” fue explicación de Bukele en el 2013, hace una década, dada a un medio nicaragüense. En el 2021, un tal “Luisito Comunica” le preguntó si acá había reelección. Esto respondió: “No hay reelección y yo estaría fuera de la Presidencia a los 42 años”. Por su parte, refiriéndose en el 2020 a la reforma de nuestra Constitución, Ulloa aseguró que lo “ideal” sería que en esta quedara plasmado que no habría “reelección presidencial inmediata”. “El presidente en funciones que quiera volver a postularse –remató– deberá esperar cinco años”. Y ahora ambos, sin reparos, van por su “reenganche”.

¿De qué daño al país hablo? Sigamos recordando cuentos politiqueros para entender eso. “Claro que estoy dispuesto a entregarlo, no solamente después de cinco años. Yo he dicho que incluso antes porque nosotros vamos a proponer aquí una reforma constitucional, una transformación del sistema político para tener una democracia mucho más auténtica”. Eso le contestó Hugo Chávez al periodista Jorge Ramos en 1998, cuando este le preguntó si estaba dispuesto a entregar el poder al cumplir un quinquenio ocupándolo. Ya transcurrió desde entonces un cuarto de siglo y el “chavismo”, aun sin Chávez, sigue inamovible. Y veamos cómo está Venezuela.

Tanto en ese país como en el nuestro, la oposición electoral no está a la altura de las circunstancias frente a un oficialismo mentiroso y mañoso. “Las grandes masas –aseguró Hitler– sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”. Eso pasa en El Salvador. Por ello, deberíamos volver la vista a lo acontecido en Guatemala: un candidato presidencial que no despuntaba en las encuestas, ahora puede triunfar en segunda vuelta. Eso, pienso, tiene que ver con las jornadas de lucha impulsadas durante la segunda “primavera democrática” chapina. Y es que las elecciones no son un fin sino un medio. La apuesta estratégica está en avanzar organizadamente desde la base, hasta lograr las transformaciones reales en beneficio de nuestras mayorías populares.