“Aprendí que las virtudes más apreciadas por mis semejantes, eran el rancio abolengo acompañado de riquezas”. Eso aseguró la criatura confeccionada por Víctor Frankenstein, según Mary Shelley en su novela publicada en 1818. Este engendro de ficción completó su reflexión asegurando que “quien poseía solo una de estas cualidades, podía ser respetado”; pero si no tenía ninguna, “salvo raras excepciones” era considerado “un vagabundo, un esclavo destinado a malgastar sus fuerzas en provecho de los pocos elegidos”. Esa obra clásica de la literatura de terror, está vigente en nuestro país si nos remitimos a una frase de antología que ‒me contaron– pronunció Guillermo Manuel Ungo cuando negociaban el fin de la guerra que lo devastó. “Ojalá –dicen que dijo este salvadoreño, dirigente de la Internacional Socialista– no estemos maquillando a Frankenstein para que participe en Miss Universo”.

Y es que el deforme ser surgido del ingenio de la autora londinense, con el paso del tiempo terminó siendo conocido con el apellido de su también imaginario “progenitor”. Este lo armó con pedazos de cadáveres. De ahí su grotesca figura. Pero inicialmente sus sentimientos eran nobles y su actuar bondadoso. La maldad monstruosa con la cual se asoció después, no fue una “falla de origen”; apareció con el paso del tiempo, derivada de diversos acontecimientos negativos que lo convirtieron en un ser terrible y temible.

A más de tres décadas de distancia, creo que Ungo tenía razón para mirar con reserva lo que sucedería en nuestra comarca luego del “adiós a las armas”. ¿Cuál sería uno de sus principales motivos para desconfiar? Especulando, pienso que haber dejado casi exclusivamente en manos de los hasta hace poco enemigos –Gobierno y exguerrilla– la construcción de la paz en un proceso dentro del cual el rol de los partidos políticos fue secundario y el de la sociedad no tuvo cabida; sobre todo el de las víctimas de violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad.

A la hora de nacer, a diferencia del monstruo novelesco, la “hoja de ruta” hacia la pacificación salvadoreña no era nada fea. ¡Al contrario! Esa “criatura”, para entonces, era única en su especie. Aunque surgió encaramada en una enorme pila de cadáveres, personas desaparecidas y más víctimas directas e indirectas, seducía dentro y fuera del país; pero los responsables principales del avance del proceso se encargaron de afearla, empezando con la amnistía que se recetaron para consolidar así la impunidad en lugar de iniciar su superación. Eso lo he sostenido siempre y me atrevería a afirmar que la historia me ha dado la razón, sobre todo al observar lo que ocurre hoy día.

Bukele se está sirviendo con la cuchara más grande para hacer lo que sea en función de sus intereses y deshacer a su antojo los pocos avances alcanzados con el tiempo, desde que callaron los fusiles. Y lo hace con total impunidad. Con sus desenfrenados desmanes viola la Constitución pretendiendo reelegirse y dilapida los dineros públicos sin rendirle cuentas a nadie, oculta información que debería ser pública, encarcela personas inocentes y sus esbirros las torturan, la soldadesca a su servicio con la Policía Nacional ‒¿Civil aún?‒ recorren la patria atropellando población vulnerable, ocupa participantes de un concurso de “belleza” mundial ‒con el caché a la baja y en quiebra‒ para hacer proselitismo a su favor, le importan un pito la institucionalidad y las leyes... Todo eso y más ha maquinado y obrado Bukele para comenzar a revivir aquel Frankenstein que, en algún momento, creímos en proceso de extinción.

¿Vamos a permitir que eso ocurra sin siquiera meter las manos, conociendo las consecuencias del ejercicio autoritario del poder cuyo siguiente escalón en nuestro caso es el que ahora ocupa Ortega en Nicaragua? Me niego a quedarme de brazos cruzados; no quiero ser un esclavo más “destinado a malgastar [mis] fuerzas en provecho de los pocos elegidos”. Por eso apelo a la concientización, la organización y la acción popular sin “rancio abolengo” ni “riquezas”, en defensa de nuestra dignidad individual y colectiva sabiendo –como dijo Ellacuría, cuya muerte martirial impune cumple 34 años– que “el problema radical de los derechos humanos es el de la lucha de la vida contra la muerte”. Yo quiero vida. ¡Y vida digna para mi pueblo! Los tiranos siempre caen y una larga lista así lo demuestra. Pero para ello, hay que empujarlos. Frente a eso estamos y no podemos voltear la vista.

Posdata: A propósito de lo que ocurre ahora en El Salvador, hablando de literatura pero también de mitología acá se están reescribiendo dos obras universales en su versión guanaca con un protagonista estelar; estas son “El traje nuevo del emperador” y “El rey Midas”... pero al revés.