Hay quienes no se fían de dogmas religiosos, ideológicos o políticos. Alineados como pragmatistas y naturalistas. Es decir, creyentes en que las cosas solamente tienen un valor en función de su utilidad, y en que nuestra realidad se explica por las fuerzas y causas de la naturaleza. No hay nada más que naturaleza en la explicación de nuestra realidad. No hay nada más salvaje e inmoral que la naturaleza. Por ello, casi nunca vemos hacia ella en la solución de nuestros problemas, pues aducimos que son soluciones inmorales. Así que muchos pensadores libres argumentan que nuestras soluciones solamente nos acercan a nuestra propia extinción. Y eso que pensar con libertad, haciendo uso de la razón, es un ejercicio muy arriesgado, aunque indispensable en nuestro mundo actual donde lo innecesario se percibe como necesario. Por supuesto que derechas e izquierdas no tiene cabida en este tipo de pensamiento libre. Sus respectivas agendas, muy alejadas de la naturaleza, les mantienen en el mundo de Saramago: con ceguera. Y, sin lucidez. Una abrumadora mayoría.

Uno de los temas recientes, que se estruja entre lo moral e inmoral, es la reproducción. Inmorales quienes abortan o están a favor del aborto, dicen unas personas; inmorales quienes restringen el derecho de la mujer a decidir por su cuerpo, dicen otras. Conservar o progresar es el dilema. Ideología o equidad de género. Ambos conceptos justificados para unas y otras personas, pero ignorando la naturaleza y su fuerza para amoldarnos a su realidad.

¿Pero qué está pasando con la reproducción de la especie humana?

El 15 de noviembre de 2022, el número de seres humanos en este planeta alcanzó los ocho mil millones. El crecimiento de la población ha sido constante en las últimas décadas, con marcas de mil millones de personas cada docena de años aproximadamente. Pero ese patrón está cambiando. El crecimiento está empezando a ralentizarse, y los expertos predicen que la población mundial alcanzará su máximo en algún momento de la década de 2080, con unos 10.400 millones. Esta ralentización se debe en parte a la tendencia a tener menos descendencia, un fenómeno que se está produciendo en casi todo el mundo, aunque a ritmos diferentes. Los países de ingresos altos tienen ahora las tasas de natalidad más bajas, y los de ingresos más bajos, las más altas. “La brecha entre los países ricos y los más pobres no ha dejado de ampliarse”, afirma Jennifer Sciubba, científica social del Wilson Center de Washington D.C., que ha escrito sobre estos cambios demográficos a escala planetaria. “Pero a más largo plazo”, dice, “avanzamos hacia la convergencia”. En otras palabras, esta disparidad entre las tasas de natalidad de las naciones no es un abismo permanente. Es una brecha temporal que se reducirá en las próximas décadas.

Las tasas de fertilidad de Estados Unidos y China, las economías más grandes, son 1.7 y 1.2, respectivamente, muy por debajo de la tasa de fertilidad de reemplazo de 2.1 (el número medio de descendientes necesario para que una población se mantenga estable). Cerca del 50 % de los países del mundo en el 2022 tenían una tasa de fertilidad por debajo de la tasa de reemplazo, observándose las más bajas en Hong Kong (0.8) y Corea del Sur (0.84). Asia es un continente de baja fertilidad. En todo el continente, esta característica ha hecho brotar la preocupación y la ansiedad, expresadas principalmente en términos macroeconómicos. Una fertilidad baja, debajo de la tasa de reemplazo, se correlaciona con un envejecimiento de la población y estancamiento/decadencia.

El rápido envejecimiento de la población provocará un aumento de la presión sobre el gasto público, especialmente en los países con infraestructuras sanitarias, de pensiones y de seguridad social desarrolladas. Habrá que reorientar el gasto público y los sistemas de bienestar, salud y asistencia social para atender las demandas cambiantes de una nueva realidad demográfica. Habrá que hacer un esfuerzo especial para promover la equidad intergeneracional, no sólo para evitar conflictos, sino también para impedir que los recursos se desvíen hacia las personas más jóvenes, lo que podría dar lugar a una “trampa de baja fertilidad”. La narrativa que se está extendiendo, desde Japón a Rusia; de Sur Corea a Singapur; de Tailandia a Irán es la de “necesitamos más bebés”. ¿Será un llamado “inmoral” de la naturaleza?