Yo recuerdo muy bien todas las atrocidades que hicieron los cuerpos de seguridad pública durante los regímenes militares, esos que se llamaban policías o guardias, pero al final de cuenta no eran sino un brazo más de la represión de los militares que nos tuvieron pisoteados por 50 años. Una época asquerosamente oscura, triste. Fueron los polvos de esos lodos en los que después todos tuvimos que embadurnarnos.

Serviles a la Guerra Fría, a los mandatos de Washington, se convirtieron en el azote del pueblo, y no solo contra aquellos quienes, por sus ideas destructivas y radicales, sin ética ni moral, querían llevarnos a la locura del comunismo, sino que también se fueron en la colada muchos inocentes.

La época de los militares fue de un progreso económico que se materializó en infraestructura que aún gozamos, pero no nada de eso justifica, ni ahora ni nunca, su desgraciada forma de hacer “justicia”.

Por esa concepción del mundo, las estructuras mentales que los guiaban, es que se llegó a una guerra que pudo evitarse si hubiese existido inteligencia y, por cierto, ya que tanto lo mencionan, amor a un tal Dios.

Las dos policías, y una guardia militar, gendarmes en aquellos tristes días de nuestra población, fueron monstruosas.

Esos Acuerdos de Paz (que nuestro Presidente no entiende) lograron diluir, deshacer, botar a la basura del olvido de la historia esos cuerpos represivos malditos para sustituirlos por una Policía Nacional Civil.

Cuando se desmontaron esas desgraciadas instituciones (en minúsculas) policía nacional, policía de hacienda y guardia nacional, el país se liberó de los orcos, troles, monstruos más detestables que habían estado jodiendo al pueblo en general, y sobre todo a la gente más pobre del país, ¡ah!, y no hay que olvidar a la policía de tránsito.

Nos liberamos de esos monstruos. Pero, ¿qué pasó?

Nada, es simple, pero como nadie lo dice por cobardes o porque pasan distraídos en otras cosas, lo diré yo: en todas partes del mundo los cuerpos policiales son, potencialmente, el crimen organizado más peligroso de todos los países, no importa qué países. Ni los narcos, ni los traficantes de órganos o de niñas hacen tanto daño como policías corruptos. Si no se les supervisa constantemente y se mantiene un proceso de depuración continuo, la sociedad está perdida.

Los aspirantes a policías, cuando ingresan, vienen de la pobreza, tienen terror a la pobreza, quieren salir de la pobreza, y anhelan tener autoridad, portar armas, construir redes de contactos y saber que son intocables, y todo ello por las ganas de riqueza. ¿Cuántos entran por una verdadera vocación de servir y proteger? ¡Por favor! Cuando no caen en el crimen porque los coaccionan, lo buscan porque saben que pueden y quieren.

¿Cómo está nuestra Policía Nacional Civil hoy en día?

Los políticos nuestros tienen la capacidad de destruirlo todo y corromperlo. O sea, no solo lo desarman, sino que lo pudren.

Tienen todo el poder de hacer las cosas bien, pero tienden genéticamente a caminar por el sendero de la corrupción, y en esa emoción de que el dinero les caiga del cielo (que no es más que el erario público o los lobbystas), se cree que Dios los bendice y está de acuerdo.

Gracias al periodismo independiente, al periodismo investigativo, no al periodismo servil, arrastrado, tarifado; supimos que en Zacatecoluca existía una red de delincuentes de azul oscuro. Ha pegado fuerte. Esto solo puede pasar desapercibido por aquellos que creen que el cielo es azul y despejado.

En el país se ha logrado que las instituciones militares y policiales hayan estado hasta horita lo más alejado del narcotráfico, y cuando han caído en la tentación, no se ha tardado en descubrirlo, pero el esfuerzo no debe detenerse. El resultado ha sido bueno, pero no total.

Si dejamos que nuestra Policía caiga en las garras de la delincuencia, entonces estaremos bien jodidos y sin derecho a quejarnos.