Dijo el filoso y periodista: Gilbert Keith Chesterton “Solo quien nada a contracorriente tiene la certeza de estar vivo”. Significa que la vida en sí representa retos, sacrificios y esfuerzo. Todo lo contrario para aquel grupo de personas que esperan las cosas gratis, que buscan disfrutar las riquezas sin esfuerzo, el éxito sin tenacidad y la gloria sin sacrificios. Actuar con integridad debería ser la constante de todo ser humano sin importar que la mayoría diga o haga lo contrario, la historia nos ha demostrado que no siempre las mayorías tienen la razón, de lo contrario no hubiese personas populares.

El Rey David escribió en el Salmos 62:5-7 “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza. Sólo él es mi roca y mi salvación; él es mi protector y no habré de caer. Dios es mi salvación y mi gloria; es la roca que me fortalece; ¡mi refugio está en Dios!”

En una ocasión un hombre tenía a su esposa enferma de muerte y el día que iban a operarla, le avisaron de la escuela, que su hijo el menor se había caído y a consecuencia de ello se había roto un brazo, pero las múltiples desgracias que estaba viviendo este hombre no terminan con el hecho de tener a dos de sus familiares en un estado de salud critica.

Al llegar a su casa, se encontró con una notificación, que decía que tenía una semana para desocuparla pues ya debía varios meses de alquiler, aunado a ello, los de la compañía eléctrica le habían cortado la electricidad por falta de pago. A lo mejor alguna persona que están leyendo esta historia, se identifique con ella, y no sería extraño ya que la mayoría de salvadoreños hemos pasado por circunstancias donde parece que nada sale bien. En esta vida, tanto creyentes como incrédulos, pasamos por situaciones donde nos toca sufrir, pero existe una diferencia, entre el sufrimiento de un cristiano y el de un incrédulo.

El sufrimiento del cristiano tiene un propósito esperanzador en el Señor Jesucristo, mientras que el incrédulo, sufre solo y sin esperanza. La clave para enfrentar los problemas está en saber esperar en Dios y confiar en sus promesas: “El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes” (Deuteronomio 31:8).

Esto fue lo que hizo aquel precursor de la reforma protestante Pedro Valdo (1140 – 1218) quien es su juventud se dedicó al comercio, lo que le permitió acumular muchas riquezas, formó una familia y procreó dos hijas. En ese contexto de éxito económico a Pedro Valdo, le tocó presenciar la muerte repentina de un buen amigo, lo cual lo llevó a pensar en la vida después de la muerte, por lo que se sintió profundamente preocupado por su estado espiritual y fue conducido a una crisis por querer saber cómo podría salvarse su alma. De manera que su primera decisión fue empezar a leer la Biblia, pero como solo existía la Vulgata Latina en ese momento y su conocimiento del latín era precario, contrató a dos eruditos para que la tradujeran a su idioma y así poder estudiar el texto sagrado él mismo.Posteriormente, buscó el consejo espiritual de un sacerdote, quien le enseñó la historia del joven rico en los Evangelios y citó a Jesús: “Aún te falta una cosa: vender todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.” (Lucas 18:22).

Las palabras del Señor Jesucristo en el evangelio conmovieron el corazón de Pedro Valdo. Al igual que el joven rico, se dio cuenta en ese instante de que había estado sirviendo al dinero y no al creador, pero a diferencia del joven rico que se alejó de Jesús, Valdo se arrepintió e hizo exactamente lo que el Señor Jesucristo dijo: Entregó todo lo que tenía a los pobres.

Únicamente apartó una parte de las riquezas para la manutención de su esposa e hijas, es así como Pedro Valdo, decidió llevar una vida alejada de las riquezas e invirtió todo su dinero en la labor evangelística, predicó incansablemente con su Biblia en mano en las calles de Lyon, especialmente a las personas pobres, haciéndose completamente dependiente de Dios. “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13)