¿Creen que lo de España, y las pretensiones de Pedro Sánchez de fracturar la unidad nacional con tal de conservar el poder, y satisfacer su exacerbado ego, es incomprensible? Claro que lo es, a lo menos desde la óptica de la razón y el orden jurídico que garantiza la convivencia y la continuidad histórica de una nación con responsabilidades más allá de sus fronteras, como es su pertenencia a la Unión Europea, la OTAN, las Naciones Unidas y sus lazos con Hispanoamérica; incluso en el Magreb con su enclave de Ceuta y Melilla, que posiblemente terminarán siendo abandonadas a su suerte, como ya se hizo con la República Democrática Saharahuí, única nación de origen árabe donde el español es el idioma hablado, hoy abandonada a Marruecos.

Ya en 1921 José Ortega y Gasset, filósofo, catedrático, escritor, político, escribió una de las obras cumbres de la hispanidad “España invertebrada”, donde intentó explicar la grave crisis política por la que pasaba España en ese momento, y concluyó que el particularismo, “donde cada grupo deja de sentirse así mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás” y, el “odio a los mejores”, fue la verdadera razón del fracaso hispano.

De alguna manera esa percepción sobre lo oscuro en lo hispano que Ortega atribuye a la influencia visigoda, se repite en Hispanoamérica; presente en toda la región desde México hasta la Patagonia sin solución de continuidad. De tener base la explicación del comportamiento sociopolítico de España, y la de sus descendientes en América ¿cómo explicamos entonces lo que sucede actualmente en los Estados Unidos?

Sí, en la nación del norte, donde nació la democracia moderna, la constitución escrita, la república, la separación, independencia y equilibrio de los poderes públicos, y el “nadie por encima de la ley”. La nación que inspiró la totalidad de las constituciones escritas de nuestro continente, pasa en la actualidad por su primera prueba de sobrevivencia republicana desde la guerra de Secesión (1861-65), debido al extraño comportamiento del ex presidente Donald Trump; sometido a numerosos juicios mercantiles, civiles y penales (algunos ya con condena) y, no obstante, compitiendo nuevamente por la nominación presidencial del Partido Republicano para el período 2025-2029.

Aún en el caso de acusaciones contra la “seguridad nacional”, podría no solo seguir en campaña, obtener la nominación presidencial de su partido y asumir la Primera Magistratura, si resultare ganador. Más desconcertante, existe un vacío jurídico en las condiciones para acceder a tan alta magistratura federal, salvo el de ser mayor de 35 años y nacido en el territorio de los Estados Unidos. La única mención que se hace sobre hechos delictivos cometidos por el Presidente que obligue a su destitución y enjuiciamiento, son aquellos realizados en el ejercicio de su cargo “...siempre que fueren acusados y convictos de traición, cohecho, malversación, u otros delitos y faltas graves” (Art. 2, Sección 4 de la Constitución). Se puede concluir que los llamados “padres de la patria”, no previeron esta situación porque les fue impensable que se aspirare a la presidencia un ciudadano tenido como de dudosa reputación, dada la influencia moral puritana de aquél entonces.

El fenómeno Trump, en un país marcado por la influencia puritana obedece a múltiples causas, una de ellas es obviamente el inocultable temperamento del ex presidente, que algunos profesionales califican de narcisismo, que lo definen como: “el sentimiento excesivo de su propia valía, que sobrevalora sus propios logros y talento, y espera que los demás le reconozcan como superior”. Y si aceptamos como adecuado este diagnóstico concluimos que, unido a sentimientos encontrados en la nación estadounidense que datan desde el mismo momento fundacional, cuando los federalistas se enfrentan a los antifederalistas temerosos de un un poder excesivo del poder central sobre el individuo, finalmente logran aceptar una única Constitución para las 13 provincias, a cambio de asumir las diez primeras enmiendas constitucionales sustentadas en los derechos individuales inalienables, entre ellas la controvertida Enmienda II, que permite el porte de armas de fuego a los ciudadanos, hoy sometida cuestionamiento. A ello se agrega el sentido de superioridad racial que condujo a la guerra civil de 1861, no del todo superado aún en el siglo XXI. Al igual que el miedo sustentado ante la arremetida de temas tan delicados como la ideología de género que se intenta imponer, y que se relaciona con el Partido Demócrata, la inmigración descontrolada y la inflación sostenida, hace que la ciudadanía busque una personalidad fuerte, capaz de garantizarles seguridad y el sostenimiento de los valores familiares.