Nuestra existencia casi siempre se ve acompañada de una extraña comparsa, que en materia teatral, es un grupo de personas que figuran en escena pero no hablan, no obstante participan en el desarrollo de la misma obra, que para el caso, sería nuestra existencia, de igual manera conservando nosotros el rol protagónico en la misma.

Una existencia que cada día exige la completa voluntad y positiva disponibilidad del protagonista, muy indiferente al ánimo o acompañamiento de la comparsa que en ese momento concurra alrededor. El efecto de la comparsa, puede en ocasiones ser subjetivo a nuestra percepción, esto según la asimilación y proyección ante los demás y nuestro desenvolvimiento social. Pero lo realmente cierto es que somos únicos y no es natural un pensar, discernir y peor aún sentir todos por igual. Acá es cuando comprendemos que todos integramos a su vez, una comparsa en el reflejo de los demás, pues somos actores en nuestras propias voluntades y capacidades. Tenemos una excepcional participación en este mundo, porque tal y como somos no volveremos a repetirnos y así como muchas otras generaciones que nos antecedieron, nuestras historias, luchas, anhelos y sueños quedaran atrás, pero lo que pudimos aprender sobre la vida, nuestro espíritu lo reconocerá y talvez podamos hasta entonces comprender un poco de que iba todo esto.

Como en un eterno vals de encuentros y desencuentros tratamos de descifrar entre los rostros y miradas de los integrantes de la comparsa, la razón del porqué nos mantenemos en ese eterno vals. Tropezando con miradas de todo tipo, que pueden ser expectantes, tristes, indiferentes, vacías y algunas profundas enmarcadas con arrugas circundantes que nos dicen haberse hecho esa pregunta ya antes, pero que es una misión de cada uno lograr encontrar por sí mismos y no buscar en los demás, puesto que cada quien tiene un guion e interpretación diferente; lo que hace la individualidad de apreciación y significancia aunque estemos en el mismo escenario.

Y es que, un desafío como tal que enfrentamos durante esta estancia extraña, pues no solicitamos venir y tampoco nadie nos consultó si queríamos, es que en pocas ocasiones las perspectivas se materializan tal cuál nacieron en el deseo mismo que fueron concebidas. Es así, como contemplamos las circunstancias que se nos presentan con un poco de recelo y con un poco de aceptación, procurando desenmarañar el sentido de las mismas, haciendo repetidamente la pregunta del porqué sucedió de esa manera y no de la que esperábamos, aguardando secretamente una respuesta que seguro llegará un día y veremos como los dedos finos universales hilvanaron tejidos que alguna vez estuvieron enredados en nuestros pensamientos, que nos distraían con sus nudos imposibles, desviando nuestra concentración y sensibilidad ante un aprendizaje vital.

Pero como un orquestado pacto entre el mismo destino y una trampa que nos observan en nuestra actuación, interpretando el ya conocido libre albedrío que al compás armonioso ilusoriamente todo se detiene a la primera nota desafinada. Arqueando las cejas y con una sonrisa a medias, el destino nos sigue observando, atento, y al comprobar que optamos por no rendirnos y adoptar a la resiliencia como compañera, asiente con la cabeza. Mientras, la trampa ya se encuentra atrás del telón, esperando la oportunidad para aparecer nuevamente en escena.

Así continuamos, hasta que agradecidos escuchamos el cese de la música que nos acompañó en el mismo baile de la vida.