El pasado marzo cumplió veintisiete años de existencia el Grupo de Monitoreo Independiente de El Salvador, más conocido como el GMIES. Entonces se me ocurrió decir que esta “criatura” recién nacida, había sido engendrada fruto de una violación: la de los derechos laborales de las trabajadoras y los trabajadores que intentaron fundar un sindicato en Mandarin International, la fábrica maquilera ubicada en la Zona Franca de San Marcos cuya patronal despidió a quienes lo único que intentaban era hacer valer su dignidad a través de la lucha organizada. Con la entrañable y extrañada María Julia Hernández –junto a otros colegas– fuimos parte de ese esfuerzo pionero en el mundo mediante el cual logramos ingresar a las instalaciones de dicha empresa, para inventar todas las formas posibles en función de lograr el retorno del personal injustamente cesado y la legalización de su gremio.

Previo al surgimiento del GMIES, la labor realizada para mediar y solucionar este conflicto se impulsó con integrantes del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador y el Centro de Estudios del Trabajo. Antes de que eso ocurriera, representantes de Mandarin International habían iniciado conversaciones con las trabajadoras y los trabajadores; a estas negociaciones fallidas se sumaron funcionarios de la Comisión de Trabajo de la Asamblea Legislativa así como de los ministerios de Economía y Trabajo por parte del Órgano Ejecutivo.

GAP era el cliente mayoritario de la fábrica emproblemada; por ello, el Comité Nacional del Trabajo (NLC, por sus siglas en inglés) –dirigido por el fallecido Charles Kernighan– enfiló sus baterías hacia la transnacional. Con dirigentes del también estadounidense Sindicato de Empleados Industriales, Textiles y de la Aguja en compañía de delegados religiosos, el querido Charles logró comprometer al gigante mundial de la venta de ropa y otros artículos hasta alcanzar el acuerdo firmado en la universidad jesuita salvadoreña aquel 22 de marzo de 1996. Allá en Nueva York, el vicepresidente de GAP –Stan Raggio– estampó su firma a la par de las de Kernighan y dos dirigentes religiosos del país del norte continental. Así se logró el acuerdo para que los proveedores locales de GAP admitieran la supervisión del cumplimiento de su código de conducta y el respeto de los derechos laborales, mediante la labor especializada de una organización independiente.

Ambos acuerdos se convirtieron en la partida de nacimiento del GMIES. “Ingresamos al ‘monstruo de la maquila’, supervisando las condiciones de trabajo y asegurando el respeto de los derechos de las obreras”. Esas fueron palabras que pronuncié en Nueva York, allá por noviembre de 1997, cuando en compañía de Charles y su esposa Bárbara presentamos “en sociedad” la criatura que aún no cumplía dos años de una existencia durante la cual hubo que batallar –de forma ardua y creativa– frente a los grandes, poderosos y peligrosos intereses empeñados en “darle en la nuca”. Eran tiempos en los que Armando Calderón Sol, entonces presidente de la república, anunció que convertiría a El Salvador en “una gran maquila”.

Al día de hoy es mucha el agua que ha corrido debajo del puente y, lastimosamente, las condiciones en las que laboran mujeres -mayoritariamente- y hombres dentro del rubro de la maquila no han mejorado. Continúa siendo este un trabajo que bien podría calificarse de una especie de “esclavitud moderna”. Muchas de las situaciones en las que lo desarrollan, no han cambiado desde aquella época. Ya transcurrió más de un cuarto de siglo y sus víctimas, entre otras condiciones desfavorables, no tienen suficiente descanso a lo largo de las extenuantes jornadas que se ven obligadas a realizar por un mísero salario, deben cumplir metas elevadas de producción y los propietarios de las empresas levantan vuelo cuando les conviene –por eso las llaman “golondrinas”‒ y se marchan del país sin cumplir sus obligaciones para con sus empleadas y empleados.

Además, a lo largo de los años ninguna administración gubernamental salvadoreña ha velado por los intereses de estas personas. La actual no escapa de tal señalamiento. Es más, tanto en el ámbito de la maquila como en otras ramas del mundo laboral ha dado muestras de desatención; incluso, ha incurrido en acciones represivas contra dirigentes sindicales. El GMIES nació de la imaginación y la pasión de gente comprometida con la defensa de la dignidad humana, pero su existencia no es suficiente. Es una herramienta útil, sí, en manos de la clase trabajadora. Pero si esta no reivindica el respeto de sus derechos con su lucha organizada, no cambiará nada.