Al cumplir cuatro años el Gobierno encabezado por Nayib Bukele, hay quienes tienden a analizar su gestión a partir del discurso que pronunció en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa el pasado jueves 1 de junio. Es válido. Pero no hay cómo sacarle provecho al mismo para ello pues en realidad no dijo mayor cosa, al no contar con logros sustantivos de los cuales pueda presumir. Obviamente, alardeó en lo relativo a la seguridad y situó a El Salvador como “ejemplo” internacional, calificando sus logros como “irrefutables”. Además, aprovechó para atacar a sus críticos internos y externos; también a sus antecesores y a los que él llama sus “financistas”. Pero el corazón de su perorata se encuentra en los tres anuncios hechos tras referirse a la “capacidad” de “reinventarnos” con base en su “liderazgo”, “visión”, “valentía” y “determinación”.

En cuatro ocasiones Bukele afirmó que El Salvador ya era “otro país” y logró que la “noble afición” ‒debidamente “acarreada” para la ocasión‒ delirara una y otra vez. En ese escenario surrealista, con semejante barra bramando por su posible reelección inconstitucional informó que los 262 municipios existentes se reducirían a 44, que las diputaciones ya no serían 84 sino 60 y que iniciaba su “guerra” contra la corrupción. En el marco de ese jolgorio anual que ya no debería extrañarnos, anunció el primer objetivo de dicha “cruzada”: Alfredo Cristiani.

Bastante se ha dicho y escrito sobre lo anterior. Solo queda sumarme a quienes ya pusieron el dedo en la llaga: todo eso tiene un trasfondo electorero, con la intención de seguir en el poder quién sabe hasta cuándo. Y entrecomillo tan particular “guerra”, porque no existe ningún indicio de que en su estrategia se vayan a considerar “enemigos” a sus allegados que son parte de dicha perversión.

Se ha sostenido que Franklin Delano Roosevelt dijo sobre Anastasio Somoza García, fundador en Nicaragua de la dictadura que heredó a sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle, lo siguiente: “Puede que sea un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”. Hay quienes sostienen que hablaba del tirano dominicano, Rafael Leónidas Trujillo. El historiador Michael Wood asegura que no se sabe ni quién la dijo ni a quién iba dirigida. No importa. Parafraseándola para adecuarla a nuestra realidad, bien podría decirse que Bukele sabe que en su administración hay corruptos... ¡Pero son sus corruptos y qué!

Yo también opino que ahora El Salvador es otro, pero el cristal con que lo miro no es igual al suyo. Ciertamente es otro, porque lo poco que se había avanzado en la posguerra comenzó a desmontarse aceleradamente a partir del 11 de junio del 2019. Ese día Bukele pronunció su segundo discurso oficial, durante el acto en el cual recibió el bastón del mando militar; discurso que, a estas alturas, importa más que el antes comentado. La tropa presente juró entonces defender la patria “de las amenazas externas e internas, de los enemigos externos e internos”; también “cumplir las órdenes de su comandante general” a quien le debería profesar lealtad, disciplina y honor.

Con una Fuerza Armada creciendo y envalentonada junto a una Policía Nacional Civil ‒ya solo de nombre‒ se tomó el citado Salón Azul el 9 de febrero del 2020, para dejar claro quién mandaba. Ahí mismo, el 1 de junio del siguiente año, se atrevió a sostener que “apenas” llevaba un mes de “haber tomado democráticamente el poder formal”; léase, de haber desmantelado ilegalmente la Sala de lo Constitucional y destituido –de igual forma– al fiscal general de la república. Asimismo, se ufanó de estar “construyendo una verdadera democracia”. ¿Será? También recordó que dos años antes, al colgarle la banda presidencial en el pecho, mucha gente juró “defender la patria contra todo obstáculo, contra todo enemigo, contra toda barrera”.

Encuadrado en su maniqueísmo populista, polarizante y criminalizador de sus rivales en cualquier entorno, Bukele ha hecho referencia a enemigos internos y externos desde el inicio. ¿Cuáles son? De fuera figuran, en primera línea, los organismos internacionales de derechos humanos que lo cuestionan. Adentro ya vimos que no son las maras. Con estas, más bien, ha habido arreglos; sino “amistosos”, al menos a conveniencia. El verdadero enemigo interno al que habrá que enfrentar con la fuerza bruta será la protesta social, porque nuestro pueblo “tiene hambre. Nuestra gente todavía necesita empleo. Nuestra gente necesita pensiones justas. Muchas de las familias salvadoreñas todavía no tienen techo digno donde vivir”.

Esto lo dijo él hace dos años. Por todo lo anterior, El Salvador sí parece ser otro pero no para bien...