En educación, el “panorama se ofrece a nuestra vista con características a la vez de drama y de reto”. “Considerando la urgencia del desarrollo integral” humano, “los esfuerzos educativos adolecen de serias deficiencias e inadecuaciones”. “Los métodos didácticos están más preocupados por la transmisión de [algunos] conocimientos que por la creación, entre otros valores, de un espíritu crítico. Desde el punto de vista social, los sistemas educativos están orientados al mantenimiento de las estructuras sociales y económicas imperantes, más que a su transformación”. Es una educación “uniforme”, “pasiva” y “orientada a sostener una economía basada en el ansia de ‘tener más’”.

El anterior diagnóstico parafraseado no es del presente ni sobre nuestro país, pero retrata lo que está ocurriendo acá y hasta se queda corto. Este surge al desempolvar los documentos finales de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín, en 1968. Pero en El Salvador actual, hay quienes opinan que estamos igual o peor que hace 55 años.

¿No me creen? Veamos entonces los resultados del país, luego de haber debutado en el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes; se trata del PISA, por sus siglas en inglés, ejecutado por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos ‒la OCDE, conocida también como “el club de los países ricos”‒ cuya misión es “diseñar mejores políticas para una vida mejor” y así favorecer “la prosperidad, la igualdad, las oportunidades y el bienestar” de la humanidad. En diciembre de 1960 firmaron la convención que la creó y, al entrar esta en vigor, arrancó sus labores en septiembre de 1961. De las 35 naciones que ahora la integran, cuatro son latinoamericanas; entre estas hay una de Centroamérica: Costa Rica, obviamente.

El PISA mide las aptitudes de jóvenes de 15 años en Lectura, Ciencias y Matemática. El Salvador participó en el 2022 y quedó bastante mal parado. Entre 81 países, ocupó el lugar 78. En Matemática, específicamente, quedó en igual posición. Considerando todos los “competidores” desde la perspectiva de dicha asignatura, el bajo desempeño del estudiantado alcanzó el 31 %; eso significa que de cada cuatro alumnos, uno era deficiente.

El promedio latinoamericano y caribeño en cuanto dicho rendimiento insatisfactorio siempre en Matemática, fue del 75 %; así, en ambas regiones, en cuanto a esa materia tres de cada cuatro estudiantes estaban en una situación complicada. Pero la resultó peor, pues fue del 89 %; casi cuatro de cuatro. El promedio salvadoreño en Lectura alcanzó el 72 % y en Ciencias el 71; de catorce países en esas dos regiones de América evaluadas, se terminó en el onceavo puesto en Ciencias y el treceavo en Lectura.

Sin duda, estamos bien jodidos. Nadie debería afirmar que tal descalabro es responsabilidad del actual Gobierno. Tras la guerra, ninguno de los que lo precedieron se planteó desafiar tanto a los partidos políticos como a las universidades y los llamados “tanques de pensamiento”, proponiéndoles el diseño y la ejecución de una política pública educativa de largo plazo y suficientemente financiada, que trascendiera los períodos establecidos para el ejercicio de la Presidencia de la República y de las legislaturas. Una política de Estado, pues, y no de Gobierno.

Pero si a este no se le debe achacar la responsabilidad de la educación tan deficitaria que encontró, sí habrá que reclamarle lo que salta a la vista. Finalizando el primer quinquenio en el que se hizo del poder total y antes de su inminente reelección inconstitucional, Nayib Bukele la ha descuidado aún más. Algunos ejemplos: prefirió financiar un costoso concurso mundial ¿de belleza?, que ajustar el salario magisterial; dilapidar una millonada para remodelar dos veces el Gimnasio Nacional en menos de seis meses, que cumplir la promesa de la urgente y necesaria reparación de las escuelas; recortar el presupuesto para Educación, que dejar de incrementar el de Defensa comprando más y más armamento; cerrar Casas de la Cultura, que ponerle freno al derroche en una publicidad que fomenta el odio y la incultura.

Lo que debe hacerse, si queremos avanzar y no retroceder, es capacitar a la niñez y a nuestras juventudes para que puedan analizar la realidad nacional; prepararlas “para ser agentes de transformaciones”, en lugar de continuar alienándolas con montones de textos y técnicas que las hacen “desconocer la realidad”. “Lo primero que debe buscar una educación” es el encarnamiento “en la realidad, saberla analizar” y ser crítico de esta. Debe ser una educación para la “participación política, democrática, consciente. Esto, ¡cuánto bien haría!”. Así habló nuestro santo profeta, Óscar Arnulfo Romero. Y mientras no se camine en esa dirección, seguiremos como en la evaluación mundial citada: pisados; es decir, parafraseando a la Real Academia de la Lengua Española, sin aprobar el examen.