La muerte es necesaria y no se puede evitar, solía decir Epicteto, filósofo griego de la escuela estoica. La semana pasada, estuve de visita en el infierno (así llamo a San Salvador) y tuve la oportunidad de charlar con varios amigos de toda la vida. Uno de ellos, hijo de un médico a quien estimé y admirémucho, tuvo la generosidad de compartir conmigo algunas reflexiones de cómo vivió y vive la muerte de su padre.

La muerte es un tema que a menudo evitamos discutir y enfrentar. Nos aterra la idea de dejar este mundo y lo desconocido que hay después. Sin embargo, aprender a aceptar y hacer las paces con la muerte puede ser una de las lecciones más valiosas y transformadoras que podemos adquirir en la vida.

No quiero dejarlos, les dijo a sus hijos, con lágrimas en los ojos el padre afligido ante el diagnóstico de cáncer. La mayoría de nosotros negamos la muerte. Nos aferramos con desesperación angustiosa a cualquier posibilidad de extender la vida, a pesar del sufrimiento y detrimento de su calidad. Vivimos en un mundo donde la ciencia moderna se subvierte al deseo supremo de la inmortalidad. La ciencia médica está obstinada en extender la vida, a pesar del impacto en la calidad de vida del paciente de muchos tratamientos modernos.

Mi abuela, de 96 años, se encuentra encamada, y totalmente dependiente desde hace varios años, me comentaba un familiar. Coincidíamos, que la ciencia moderna sacrifica nuestra dignidad a la hora de enfrentarnos a la desaparición permanente de nuestra conciencia. ¿Qué seria del mundo si fuésemos inmortales? Ya no tendríamos que rezar a un Dios individual, rogándole que nos permitiera tener a nuestro ser querido un tiempo más. Morimos cada día, le escribía Seneca a su amigo Cayo. Cada vez que celebramos un cumpleaños, en realidad estamos celebrando un año menos de vida, un año más cerca del desenlace, curiosa contradicción. Somos uno de los millones de especies vivas en uno de los probablemente miles de millones de planetas habitables en el universo. Nuestra única diferencia con el resto de los seres vivos es nuestra conciencia sobre la muerte. Por ello, nos turba la perspectiva de nuestra propia muerte, la desaparición de nuestra conciencia, el miedo al más allá.

Todos, tú y yo, le decía a mi amigo, moriremos algún día, unos más temprano otros más tarde, pero todos y cada uno llegaremos al día del último amanecer. Por ello, siento la necesidad de reflexionar y tratar de aprender a morir. Al final, aprender a morir implica perder el miedo a la muerte. Esto no significa que debamos dejar de valorar la vida o que debamos buscar la muerte. Más bien, se trata de desarrollar una actitud de aceptación y paz con la inevitabilidad de la muerte.

Cuando dejamos de temer a la muerte, nos liberamos de muchos miedos y ansiedades que nos impiden vivir plenamente. Además, perder el miedo a la muerte nos permite enfrentar los desafíos de la vida con más valentía y resiliencia. Otra lección importante al aprender a morir es encontrar propósito y significado en nuestras vidas. Cuando somos conscientes de que nuestro tiempo es limitado, nos motivamos a buscar aquello que realmente importa y a dejar un legado positivo. Esto puede ser a través de nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestras pasiones o simplemente siendo la mejor versión de nosotros mismos. Encontrar propósito nos da una sensación de satisfacción y plenitud que trasciende la muerte.

El astrónomo Carl Sagan, uno de los grandes cerebros de nuestro tiempo, nos invita a reflexionar sobre el hecho que literalmente nosotros somos polvo de estrellas: los elementos químicos que nos componen se originaron luego de la explosión de una supernova en algún punto cerca del sistema solar. Luego de millones de años de evolución, llegamos a constituirnos en lo que ahora somos, moléculas de ese polvo cósmico. Volveremos al polvo, parte del reciclaje de nuestra naturaleza, y así permitiendo que nuevos seres vivos ocupen nuestro lugar.

En conclusión, aprender a morir es una lección de vida que nos permite vivir de una manera más consciente, significativa y plena. Aceptar nuestra mortalidad, vivir en el presente, cultivar la gratitud, encontrar propósito y perder el miedo a la muerte son pasos importantes en este proceso. Aunque la muerte siempre será un misterio y una realidad difícil de aceptar, aprender a morir nos ayuda a vivir mejor y a encontrar la paz en medio de la incertidumbre.