Hace algunos años fui a una gira por varias ciudades de Estados Unidos. En Boston, Masachussetts, me reuní con una comunidad de salvadoreños de quienes escuché decenas de historias, la mayoría exitosas. Eran hombres y mujeres que trabajaban en cualquier estación del año, bajo la lluvia, las nevadas, los fuertes vientos. Casi todos trabajaban en sitios lejanos a sus lugares de residencia. Algunos tenía hasta dos o tres trabajos y casi todos mandaban remesas a sus familiares en El Salvador. Igual ocurre en ciudades como Houston, Atlanta, Nueva York, Alexandria, Las Vegas, Los Ángeles, San Francisco y otras. Los salvadoreños hacían el trabajo que otros rechazaban. Por supuesto también hay salvadoreños que a base de tesón, esfuerzos y sacrificio han llegado lejos y se han convertido en empresarios generadores de fuentes de trabajo y aportadores de impuestos a esa gran nación.

Un estudio revelado recientemente indica que entre los latinos residentes (legales o no legales) en Estados Unidos, los salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y hondureños son los que viven más pobres, pero son los que laboran en los trabajos más duros y generalmente lejos de sus residencias. El estudio señala, sin embargo, que son los salvadoreños los que proporcionalmente envían más remesas a sus parientes en El Salvador, lo cual le da soporte a la economía nacional. Un compatriota en Estados Unidos gana en una hora o menos tiempo lo que un salvadoreño gana en el día en nuestro territorio, lo que le permite vivir, a pesar de todo, en mejores condiciones que quienes vivimos en el país.

El Banco Central de Reserva (BCR) de El Salvador revela que entre enero y julio de este año los salvadoreños en Estados Unidos enviaron al país 4 mil 415.7 millones de dólares en remesas, lo que respecto a 2021 representó un incremento del 3.3%, equivalente a 141.2 millones de dólares más. El mismo informe del BCR señala que en su orden San Salvador, San Miguel, La Libertad, Santa Ana y Usulután, son los cinco departamentos que más remesas reciben. Si la tendencia se mantiene al final del año fácilmente el país estaría recibiendo 8 mil 400 millones de dólares aproximadamente, incluso más, porque en diciembre suele triplicarse o más.

Es con seguridad de todos conocidos que las remesas son fundamentales para la economía salvadoreña. Incluso yo diría que son vitales. Muchas familias en el país se dan el lujo de no tener a ningún miembro productivo en su seno, pues están acomodados (por costumbre o falta de conciencia) a las remesas que llegan puntualmente. Precisamente eso es lo preocupante. Las remesas desde hace décadas nos han cambiado nuestro estilo de vida. Muchos, especialmente jóvenes, han dejado de estudiar o trabajar porque su sueño es largarse del país en busca del “sueño americano” o vivir permanentemente dependiendo del dinero que les envían.

He ahí uno de los problemas. Nuestros jóvenes ya no quieren trabajar y quieren tener de todo en sus vidas. Ya dentro de poco vendrá la época de corta de café, algodón y caña de azúcar. Las fincas, beneficios, cooperativas algodoneras y haciendas tienen que hacer malabares para llenar las cuotas de trabajadores. El mal de uno es beneficio de otros y muchos hondureños y nicaragüenses arriban al país para emplearse y ganar unos dólares para sus familias. Es una especie de “sueño salvadoreño” para nuestros hermanos nicas y catrachos. Mientras nadie quiere trabajar en las labores agrícolas, muchos jóvenes se han vuelto excesivamente consumistas y hacen de las remesas su estilo de vida para despilfarrarlas. Andan teléfonos de la última generación, adquieren todo lo que la moda genera, y poco piensan en el ahorro o en el aprovechamiento positivo del dinero que a otros les cuesta.

Un amigo de infancia residente en San Francisco, California, me contaba que gana bien, pero gasta bastante, porque todo es caro en aquel país. Aun así enviaba entre 800 y mil dólares mensuales a su hija para que pagara la universidad y se mantuviera con el resto. Recientemente vino al país y se desilusionó pues su hija no estudiaba y el dinero lo malgastaba en fiestas, lujos innecesarios y drogas. Para colmo, bajo el Régimen de Excepción, fue detenida hace algunos días por estar vinculada a un grupo terrorista. Fueron cinco años de enviarle remesas que la joven no supo aprovechar. Muchos han logrado desde Estados Unidos u otros países sacar adelante a sus familias, sus hijos han logrado coronar carreras universitarias, han ahorrado, construido bonitas viviendas, adquirir bienes e inmuebles. Ese debería ser el objetivo. El sacrificio de vivir lejos de la familia debe ser bien aprovechado por quienes se vuelven receptores de remesas.

En Estados Unidos los salvadoreños recorren largas distancias, se tardan hasta horas para llegar a sus lugares de trabajo. Laboran haciendo obras peligrosas, a veces soportando humillaciones, haciendo trabajo doméstico, bajo cualquier condición climática o aceptando condiciones no idóneas. Allá la vida no necesariamente es rosa, aunque tengan “trocas”, amplias casas, buena ropa, y mejores condiciones que nosotros. Por eso hay que respetarles su esfuerzo y hacer un uso correcto de las remesas. Las remesas son vitales en nuestra economía nacional y familiar. Hay que hacer un buen uso de ellas. Que el sacrificio valga la pena y que quienes mandan las remesas se sientan orgullosos del aporte que dan al país y especialmente a sus familiares. No malgastemos el esfuerzo de otros.