Como nada, hace 25 años estalló esa maravillosa flor llamada ‘Los detectives salvajes’, y hay muchas, muchísimas personas debutantes y habituales del tinglado literario que aún no se han enterado de esa buena nueva. Y los profesores de literatura (donde aún se llama así la materia que sirven) son los más reacios a tener en sus manos este novedoso artefacto de Roberto Bolaño, el escritor nacido en Chile que terminó sus días varado en Blanes (España), con su hígado deshecho.

A estos profesores de literatura tampoco se les puede pedir mucho, porque aún no se han enterado de que hubo ‘Ulyses’ (James Joyce), ‘Rayuela’ (Julio Cortázar), ‘La broma’ (Milan Kundera), ‘Cien años de soledad’ (Gabriel García Márquez), ‘La broma infinita’ (David Foster Wallace) ...

Plantarse con una novela-símbolo no es comida de hocicones. Su fama no es producto de un artificio publicitario. ‘Los detectives salvajes’ es una construcción narrativa hecha de pedazos y de múltiples voces. Como el mundo que nos troquela. Algunos despistados que se han sentido aludidos, porque algunas de sus peripecias vitales pareciera que en esa novela se cuentan, han dicho más de alguna vez que Roberto miente, que él nunca hizo ni dijo eso. Y por supuesto que Bolaño miente, de eso va la literatura, de construir una fabulosa y estupenda mentira, que pasa por un hecho cierto.

Bolaño usa nombres reales y nombres falsos y los mezcla en acciones a su antojo. Los paseos en el bosque de Chapultepec de Octavio Paz son espectrales e irreverentes. Es así, la literatura que se precie debe tener el temple de desafiar las convenciones y los buenos modales. De lo contrario, son páginas para el olvido y la sobremesa.

La literatura en castellano, no digamos solo en América Latina, después de ‘Los detectives salvajes’ (e incluso después de su póstuma monumental novela 2666) no ha vuelto a ver una eclosión como esa. En nuestra pequeña Centroamérica, por mucho que se estiren las costuras, no ha habido nada parecido a eso propuesto por Bolaño. E incluso hay quienes se dan el lujo de decir que no han leído ‘Los detectives salvajes’ porque es una novela muy aburrida... Es chistoso que se afirme eso, porque hay pocas novelas cargadas de tanto humor (negro, y de mal humor también) como ‘Los detectives salvajes’.

Cuando fue asesinado Roque Dalton, en mayo de 1975, dejó inédita una novela (‘Pobrecito poeta que era yo’) que solo se publicó hasta 1976 en Costa Rica (y en El Salvador muchos años después, en una edición mal cuidada). Esta línea de trabajo que emprendió Dalton es lo más cerca que se ha estado de la innovación novelística. Aunque es un tanto pesada por ciertos usos farragosos del lenguaje. Fue una novela de aprendizaje y los gatilleros que acabaron con nuestro Roque no nos dejaron disfrutar de su despliegue creativo que comenzaba a tomar vuelo.

Roberto Bolaño trajo una frescura inaudita a la literatura, sin poses de divo ni amagos de falsa buena conducta. Su trabajo literario lo expresa de un modo nítido. Se trate de su poesía (el volumen ‘Los perros románticos’ anuncia sus ficciones narrativas) o de sus cuentos (‘El policía de las ratas’ es un mecanismo de relojería). Hasta en la última entrevista que concedió, un poco antes de morir, a Mónica Maristain (julio 2003), puede apreciarse con toda claridad su talante literario innovador y disruptivo.

Centroamérica desde 1960 hasta la fecha ha vivido momentos estelares, dramáticos y fulgurantes. Subidas casi al Olimpo y bajadas casi al Averno. Pero la mayoría de su producción novelística se ha contentado con ‘cositas’, con ‘temitas’. Aunque lo peor no es eso, sino que se ha quedado atorada en las cañerías de una literatura tradicional, que no arriesga, ni en forma ni en contenido. La complacencia como método de trabajo.

De ahí la importancia de un autor como Roberto Bolaño que se atrevió a saltar la barda sin miedo y con un cierto salvajismo dandy que por estos lados se desconoce y, además, se rehúye.

‘Los detectives salvajes’ no es una novela para imitar, sería patética tal pretensión, es una novela para devorar, para rumiar y para agitar nuestros demonios. La buena literatura que se escribe nace de la lectura de buena literatura, eso ya se sabe. Mientras en estos pequeños países periféricos de Centroamérica se siga leyendo mala literatura, jamás se podrá aspirar a seguir la saga de ‘Los detectives salvajes’. Los libros de Bolaño no están en los cursos de literatura (si es que aún hay cursos que lleven ese nombre), ni en las bibliotecas (viejas o nuevas). Circulan en las calles. ¡Hay que ir tras ellos!