Rocío San Miguel tiene nombre castizo, casi pareciera un personaje salido de algún verso extraviado de Federico García Lorca, en su Romancero Gitano. Huele al Guadalquivir y a uno de los Camborios que iba cortando limones cuando lo aprendió la Guardia Civil. Claro, en este caso, no fue la Guardia Civil con sus curiosos tricornios, sino indianos disfrazados de soldados verde oliva o de nada, porque con esa pomposa denominación de contrainteligencia militar, pues suena a algo así como una estructura delicadamente tenebrosa e inalcanzable.

Lo cierto fue que la desaparecieron un viernes cualquiera para la historia de la ignominia venezolana. No, no venezolana, en tiempos antiguos embestían de frente, como el miura que elevó a Manolete a los altares del arte y el valor. Los sicarios actuales andan embozados con un aire que huele a Cuba, Irán y a la antigua Unión Soviética. Quizá sí sean criollos, sin pundonor ni pasado, como los que se pasean por la calles marginales de Lima o Bogotá y hasta de Nueva York o Miami con el curioso nombre de tren de Aragua. Pero no hay trenes en Maracay ni en otra parte de Venezuela; había uno que hoy languidece como todo en el territorio denominado alguna vez Tierra de Gracia.

Rocío, la nuestra, la que compartimos con España, hoy no sabemos exactamente dónde está. Un viernes cualquiera, no, no cualquiera el pasado viernes nueve de febrero, se presentó con su hija Miranda en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, tickets en mano al stand de la línea aérea que las transportarían a Madrid. Pero no, no pudo abordar la nave, ni ella ni su hija. A Rocío la separaron del resto y desapareció tras una puerta. Miranda se quedó perpleja, no supo que sucedía, solo le dijeron usted está libre, puede retirarse.

Libre, por unas horas, al día siguiente se presentó con su padre a buscar las maletas que habían quedado en la línea aérea. Y allí la pasaron tras una puerta, de donde no salió, ni ese día ni el otro, ni el otro. Más tarde fueron secuestrados por nuestra Gestapo criolla sus hermanos y padres. Por cuatro días no se supo de ellos, ni por qué estaban detenidos.

Rocío es de esa casta de mujeres, como lo fueron Luisa Cáceres de Arismendi, Juana Ramirez, la Avanzadora o María Corina Machado. Indoblegable, valiente, precisa. abogada, académica, experta en asuntos militares nacionales y geopolíticos, defensora de los derechos humanos, en un país donde las autoridades gubernamentales no saben qué significa, pero hayan firmado cuatro o seis tratados, aunque se retiraron de la Comisión y la la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en previsión de cualquier gasto “superfluo”, dirían ellos.

Rocío tiene a quien dolerle, no más se supo del secuestro, tres días después tuvieron que dar a conocer su paradero ante la espontánea reacción e indignación nacional e internacional, por lo que el ministro de la Fiscalía (en Venezuela la Fiscalía es una mera oficina dependiente de Nicolás Maduro y sus colaboradores inmediatos iraníes, cubanos, sirios y soviéticos, rusos, pues).

El Fiscal (poeta, según afirma) citó la Constitución, el Código Penal y el Militar, y la acusó de traición a la patria (me debo un análisis entre patria y nación) conspiración para asesinar a Maduro y dos o tres delitos más rebuscados apresuradamente, y la llevaron, a una prisión emblemática en Venezuela llamada el Helicoide.

Claro, cuando hablo de reacción e indignación nacional e internacional, no me refiero a España, la antigua región donde nació el Cid, Manolete, Cervantes, Velazquez, Unamuno, Lola Flores, la Constitución de Cádiz, y los guerrilleros que vencieron a Pepe Botella y a las tropas de Napoleón. Hoy, España (todavía se llama así) está en manos de “Perucho, el acomodao”, Pedro Sánchez, le dicen, y no se han percatado que una de los suyos está en manos del más temible e insensible cartel de delincuentes de Hispanoamérica.

Rocío saldrá libre, y cuando salga será la misma guerrera con sus códigos en sus delicadas y firmes manos. No tengo dudas sobre que este atropello contra esta dama, tiene igualmente un mensaje subliminal, “Si lo hacemos con Rocío, podemos igualmente ir tras de ti, Maria Corina.