Para la humanidad pesan mucho estas dos semanas de incertidumbre y estremecedora expectación apocalíptica, por las graves e imprevisibles consecuencias derivadas de una eventual prolongación en tiempo y extensión geográfica del cruento enfrentamiento militar abierto entre Rusia y Ucrania, a partir de la “Operación Militar Especial” (invasión) moscovita sobre suelo ucraniano. Esta grave situación muestra la fragilidad de la paz mundial, expone la crudeza de la dolorosa tragedia humana en todas sus facetas como efecto recurrente de las guerras, agresiones, sanciones, bloqueos y exclusiones unilaterales impuestas a diferentes naciones, desde fuera del sistema de Naciones Unidas y el derecho internacional.

Este complejo escenario muestra las graves consecuencias para la humanidad por el fracaso doloso o negligente de los mecanismos diplomáticos, el doble rasero moral con el que los principales medios y naciones valoran a las víctimas de los conflictos -en dependencia de si son sirios, palestinos, africanos o europeos- y la falta de responsabilidad bilateral entre las naciones para prevenir, administrar, negociar y resolver la diversidad de intereses estratégicos de las partes involucradas, en este caso Rusia y Ucrania. Tampoco se puede exonerar de la responsabilidad a países como Estados Unidos, la Unión Europea y China que tienen la capacidad de incidir contribuyendo a la distensión, tomando en cuenta los legítimos intereses de las partes y el peso real de las correlaciones en el contexto del derecho internacional.

Conocemos las raíces históricas del conflicto, es claro el derecho de Ucrania a ser una nación soberana e independiente y del pueblo ucranio a vivir en paz; también es innegable el derecho de Rusia de asegurarse la sobrevivencia y seguridad estratégica de su Estado ante la persistente amenaza del avance de la OTAN hacia sus fronteras, aun después de la caída del bloque soviético y del desmantelamiento de la “amenaza ideológica comunista”. Rusia es hoy un país capitalista más, con prominentes grupos oligárquicos, en el que interactúan fuertes grupos empresariales transnacionales.

La humanidad estaba suficientemente afectada por los graves efectos del Covid19, por lo tanto, la amenaza de otra guerra y su posible extensión en tiempo y espacio agregan una mayor dificultad a las posibilidades de recuperación económica y social, principalmente para países pobres como el nuestro. Se complican más las redes de transporte marítimo y aéreo, dificultando más las cadenas globales de suministros, previamente ralentizadas por la pandemia; la inestabilidad abona a una mayor crisis energética debido al incremento del precio de los hidrocarburos, elevando los costos de producción, generándose una mayor espiral inflacionaria.

Lamentablemente a lo largo de la historia, las guerras han cincelado en mayor medida buena parte de las curvas y protuberancias de la arquitectura de las relaciones y correlaciones internacionales. En este sentido, más allá de la tragedia humana y de consideraciones morales, la tendencia es a que este conflicto no es uno más, apunta a consolidar un nuevo orden mundial multipolar de pesos y contrapesos entre potencias y coaliciones de potencias con desarrollos desiguales, en los que predomina la capacidad militar, el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico, que al final determinan el grado de incidencia política y diplomática. Esa condición obliga a nuestros países de la periferia a replantearnos con prudencia y luces altas, con sentido de unidad e interés nacional nuestra inserción en esa realidad multipolar.

El impacto inmediato de esta guerra va desde lo militar, mediático, político diplomático, y, por supuesto, económico. Dispara los precios de los combustibles y la energía, eleva los precios de los fertilizantes (producidos en gran porcentaje por Rusia), el aceite comestible de girasol, el trigo y sus derivados; el acero, aluminio, cromo, xenón, paladio, platino; complica fuertemente la agricultura, la industria de la construcción, automotriz; y todo lo relacionado con la alta tecnología de los semiconductores, efecto que en su conjunto terminará profundizando y ampliando los umbrales de la pobreza. En este escenario de incertidumbre, nuestro país tiene muy poco margen de maniobra porque enfrenta la tragedia de un mal logrado gobierno en declive, que nunca supo establecer prioridades y resultó incapaz de presentar un plan nacional de desarrollo, que no pudo determinar un rumbo, que nunca se propuso unificar la nación, que no contribuyó con iniciativas a la integración regional; un gobierno cuyo mayor aporte diplomático es la “selfie” en el podio de Naciones Unidas.