Alberto Masferrer y Augusto C. Sandino (en Nicaragua), en circunstancias distintas, no fueron anticomunistas de fila, pero sí guardaron distancia del programa ideológico que los militantes comunistas propagaban por toda Centroamérica. Agustín Farabundo Martí, entre ellos.

Salarrué, para enero de 1932, estaba ya en una situación incómoda, porque en términos vitales y también estético-políticos, guardaba distancia de casi todos los actores principales. Estaba lejos de la férula cafetalera que llevaba ya un poco más de 60 años apretando al país. Lejos también estaba de los militantes comunistas que ostentaban una propuesta de choque y en blanco y negro que no podía generalizarse y por lo tanto prosperar. Pero también ya no estaba cerca de sus contemporáneos (y de los ‘maestros’ como Francisco Gavidia y Alberto Masferrer) porque para Salarrué habían dejado atrás (o debajo de la cama) la pulsión viva del terruño.

Añora a Francisco Miranda Ruano, quien murió en 1929, y cuya compilación de textos (‘Las voces del terruño’) fue realizada de forma póstuma ese mismo año. Y se siente cerca del pintor José Mejía Vides.

A los demás que menciona Salarrué en ‘Mi respuesta a los patriotas’, que casi todos publicaron algo en el Boletín de la Biblioteca Nacional de esos años, les descarga su desilusión, su frustración.

¿Esos eran todos los artistas e intelectuales del momento en El Salvador? No, había otros y había también un aparato cultural operando del que pocas veces se habla.

‘Mi respuesta a los patriotas’ es un texto clave para descifrar un poco el clima de ideas que había en aquel momento, aspecto sobre el que debe profundizarse aún más. Francisco Gavidia —a esas alturas junto a Alberto Masferrer, constituían las dos figuras intelectuales de mayor calado—, publicó en 1931, ‘La formación de una filosofía propia o sea latinoamericana’. Y así, puede irse espulgando algunos textos de otras autorías, y podría verse la complejidad de la situación. Materiales aparecidos en Patria, La Prensa, Diario Latino, Diario del Salvador, El Día, Opinión Estudiantil o en la revista del Ateneo de El Salvador.

Solo así podría comprenderse a cabalidad el talante de Salarrué y su postura estética frente a lo político, tanto en enero de 1932, como después, los cuatro o cinco años siguientes. Así como resulta desproporcionado e injusto endilgarle a Salarrué un temperamento y un comportamiento anticomunista, igual de excesivo es señalar que fue un ‘intelectual de la dictadura’.

Salarrué nunca estuvo adherido a militancia política alguna. ¿Por qué endosarle una conducta que nunca adoptó? Y no es que no discerniera sobre esto y lo otro. Alberto Guerra Trigueros, propietario de Patria ya en ese instante y amigo personal de Salarrué, por esa época (y está registrado en algunos artículos) era simpatizante del fascismo italiano. Pero el autor de ‘Cuentos de barro’ no cayó en esos brazos. Como tampoco se aproximó al imaginario comunista, y eso que tenía amistad también con Agustín Farabundo Martí. Vaya, ni siquiera fue adherente del Movimiento Vitalista que giraba en torno a Masferrer y que incursionó en la política muda y dura, al posicionarse como diputado de la Asamblea Nacional (y a la vez como asesor presidencial de Arturo Araujo) en 1931.

Hubo de moverse entre izcanales y piedras ‘puntudas’ y, sin embargo, como su obra creativa lo muestra y su itinerario personal lo deja patente, Salarrué fue siempre un artista autónomo. Irreverente, pero solitario. Y discreto. Eso sí, su justa ponderación en aquellos años de espanto (1931 y 1932) no debe hacerse al margen del cuerpo artístico e intelectual (y también político) de la época.

El asesinato de miles de campesinos e indígenas entre enero y diciembre de 1932 es un asunto del que Salarrué fue contemporáneo y no puede decirse que no se enteró. Tampoco lo aplaudió. Se quedó como estatua, paralizado, puesto que el miedo se corporizó en la sociedad salvadoreña. Arturo Ambrogi (quien muriera en 1936), después del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1931 y durante el gobierno que siguió ejerció como censor de los artículos de prensa, y esto habla del modo como algunos artistas e intelectuales se acomodaron a la situación impuesta desde enero de 1932.

Salarrué lo hizo de otro modo. Sin adherirse al régimen y sin abandonar ni renegar de su talante creativo. No era un hombre de recursos económicos y nunca lo fue, así que debía buscarse el sustento para él y su familia. Y eso es lo que había. Situarlo de otro modo, lo distorsiona y lo desmejora. Salarrué no es un creador del que tengamos que avergonzarnos ni hay por qué denostarlo de forma gratuita. Nos pensó, nos rumió, nos gestó. Y eso se agradece