San Salvador, la capital de nuestro país, es una bonita ciudad, que ha estado casi siempre descuidada. El centro histórico y su periferia deberían de lucir su hermosura, esa que poco a poco fueron destruyendo las ventas informales, la falta de políticas culturales-municipales, los feos grafitis, la desidia y la falta de conciencia para preservar la historia nacional y cuidar lo nuestro.

Tenemos uno de los centros históricos más bonitos de América Latina. Una ciudad relativamente pequeña, pero con grandes historias que poco a poco fueron edificando la idiosincrasia de una gran nación. Para los que nacieron en esta ciudad debe ser un orgullo y para quienes hemos adoptado a San Salvador como nuestro lugar de residencia y el origen de nuestros hijos, debería ser un enorme privilegio.

San Salvador ha sufrido devastadores fenómenos naturales como los terremotos ocurridos en 1965, 1986 y 2001, pero la ciudad siempre fue reconstruida con tesón, aunque para ser honestos todavía hay edificios dañados desde 1986 y 2001, algunos de los cuales afean la ciudad y son una fuente de contaminación, un peligro latente para la ciudadanía y lugares de refugios de indigentes y delincuentes.

A mediados de 1980, cuando estudiaba bachillerato en el Colegio Divino Salvador, a un costado del Cuartel General de la entonces Policía Nacional (hoy castillo de la PNC), los estudiantes nos íbamos a pie hasta el estadio Mágico González (antes Flor Blanca) y al Gimnasio Nacional a ver el baloncesto estudiantil, nos cruzamos media ciudad, sin que hubiesen ventas informales que obstruyeran nuestro recorrido. Pasábamos por los emblemáticos Cine Libertad, Parque Libertad, Plaza Gerardo Barrios, Parque Bolívar hasta llegar al Parque Cuscatlán y luego al gimnasio o al estadio. Pasábamos por el entonces mercado Número 5(frente a la iglesia El Calvario), que era adonde los hondureños llevaban sus camiones cargados de plátanos y que luego se convirtió en el mercado Sagrado Corazón. Precisamente este último sitio se convirtió en una de las más grandes bodegas de la capital, porque cientos de comerciantes se hicieron acreedores a los puestos, pero sinmayor control optaron por salirse a las calles a vender y ocupar el edificio como bodega, con lo que el desorden citadino tomo auge.

Hasta mediados de los años 80 la “calle comercial” era la quinta avenida norte y sur, por eso la famosa y popular “quinta”. En esa década, siendo alcalde el ya fallecido José Antonio Morales Ehrlich se le ocurrió construir la zona peatonal sobre varias cuadras cercanas a la catedral metropolitana, adoquinando las calles y construyendo glorietas que iban a ser puestos de venta. El plan, nada visionario, fue inconsulto y pronto la idea fue rebasada por los cientos de puestos que se instalaron en las cuadras vecinas y periféricas de la “zona peatonal”. San Salvador pasó a ser un caos peatonal y de trafico vial.

En 1993 llegué a trabajar a La Prensa Gráfica, sobre la tercera calle poniente. Pronto fuimos previendo y viendo como poco a poco la ciudad cayó en un desorden descomunal y se llenó de ventas informales desde la décima avenida sur y norte (zona del Mercado Excuartel) hasta la 21 avenida sur y norte y desde la 12 calle Poniente hasta la Alameda Juan Pablo II, incluyendo los alrededores del Parque Infantil y algunas áreas como la avenida Peralta, el Reloj de Flores y otras. Muchos propietarios de almacenes u otros negocios tuvieron que cerrar, porque literalmente quedaron sin entradas y salidas.

Administraciones edilicias de todos los colores partidarios llegaron y nunca ofrecieron una solución al problema. Quienes tienen menos de 30 años tal vez supongan que la ciudad siempre fue así de desordenada. No imaginan que la calle Rubén Darío, que las calles Delgado y Arce, que las avenidas España y Cuscatlán antes eran arterias de fácil recorrido, con paradas de buses y llenas de almacenes y edificios emblemáticos como el de ExAntel, el del ISTU y otros. Hasta mediados de los 90 era posible que varias rutas de buses bordearan el mercado Central.

Claro que la sobrepoblación, entre muchas otras causas, ha sido fundamental para que la ciudad sea tomada por las ventas, pero tampoco hemos tenido administraciones edilicias visionarias que hayan sabido planificar la estética de la ciudad y su urbanismo.

El actual concejo municipal tiene un plan de reordenamiento de la capital que ya comenzó y con el cual pretenden recuperar espacios y edificaciones emblemáticas. Por ahora han removido cerca de mil comerciantes informales trasladándolos al mercado Hula Hula, lo cual se ha hecho de manera pacífica, lo que es elogiable. Ojalá que estos comerciantes se queden dentro del mercado y que los clientes los visiten para que no tengan justificaciones para volver a las calles y avenidas. La alcaldía debe pensar en edificar otros mercados en zonas estratégicas para recuperar otros espacios. Hasta ahora es un proyecto que merece apoyo ciudadano y que debe continuarse y replicarse en otras ciudades del país.