La importancia de poder expresar nuestro sentir, es tan básico como respirar. Siendo seres individuales percibimos de distintas maneras la realidad que nos rodea, por lo tanto el procesamiento será según los aspectos familiares, sociales y culturales que conforman la personalidad de cada uno; al momento de nacer, ya existen eventos y condiciones en el entorno familiar y social que serán la base adonde el nuevo individuo descubrirá y tratará de comprender el funcionamiento de su vida en proyección hacia los demás, condiciones a las cuáles llega a integrar y a la vez a adaptarse, crecer y desarrollarse tal cuál va demandando el ciclo vital.

Dichas condicionantes pueden irse modificando, desapareciendo con los años o resultando otras nuevas. Circunstancias que influirán sustancialmente en el desarrollo y desenvolvimiento de la persona frente a la sociedad.

Sin embargo, existen también otras variables de adaptabilidad y respuesta ante la vida que inciden considerablemente y son los diagnósticos de trastornos o afecciones mentales, los cuáles pueden deberse a diferentes factores; entre los cuáles se encuentran el tener una predisposición a padecer estos trastornos por el historial familiar o herencia genética, por factores biológicos como desequilibrios químicos en el cerebro, exposición a consumo de drogas o alcohol, una lesión cerebral o la misma experiencia de vida, que es en este último factor donde tienen el marcado paso las condiciones de desarrollo dadas individualmente.

Lo ideal es que tanto niños con o sin diagnósticos diferenciales de afecciones mentales, puedan crecer y desarrollar todo su potencial con la motivación y apoyo de sus familias. Pero lo ideal tantas veces no va de la mano con la vida misma, es así como encontramos padres con heridas emocionales no sanadas criando a sus hijos en el círculo nocivo no propicio para una restauración óptima de salud mental.

Teniendo en cuenta una salud mental afectada más los retos, compromisos y exigencias de la vida cotidiana, solo puede devolvernos personas en constantes crisis, las que algunas veces serán para fortalecer los espíritus de cada uno o sucumbir en decisiones fatales. Es de tomar en cuenta que la dimensión en el sentir de cada persona esta inmersa en las maneras que le enseñaron o que ella misma aprendió como gestionar sus emociones. Ante esto, el estigma que gira alrededor de la salud mental esta plagado de prejuicios que impiden en ocasiones reconocer cuando se necesita ayuda.

Si tenemos el privilegio de poder hablar abiertamente de nuestras emociones y contar con alguien que nos escuche atento, debemos sentirnos agradecidos y en retribución de tal privilegio procurar reconocer a esa persona que le cuesta trabajo expresar sus emociones, que a la simple vista la tensión muscular domina sus gestos y lenguaje corporal; pero que en la más pequeña rendija de su espacio personal que nos permita acercarnos como una luz tenue y cálida en su gélido silencio; todos necesitamos ser escuchados y aprender a escuchar.

La competencia laboral, la violencia social, las presiones diarias y el anhelo de cumplimiento de metas, muchas veces asesinan el verdadero sentido humano y se convierte en sentido rastrero y egoísta que va flagelando a quien se atraviese en su camino.

Todos tenemos el recuerdo de quien hizo sentir bien en un momento que se necesitaba escuchar, así mismo tratamos de olvidar a quienes con sus heridas no sanadas, hirieron más. Seamos los primeros.