Qué lejos estamos, muchas veces, de sentir con autenticidad lo que expresamos, representamos o pretendemos profesar; sin comprender ni tan solo una partícula de todo el contexto e implicación que existe en ello. Podría ser que de realizar la acción de escrutar y desentrañar lo enunciado, sea esta derivada de una iniciativa propia o afrenta de circunstancias, nos conduzca a encontrar una emoción, creencia o ilusión hueca, lo cual nos dejaría en un borde imaginario.

Tales condiciones suceden en una escena de la recién premiada actuación del actor Brendan Fraser, en la película The Whale, cuando Ty Simpkins, joven actor que interpreta a un misionero de la Iglesia New Life, no encuentra argumento que decir ante el drama que vive Fraser, quien da vida a una persona obesa, gay y con cuentas emocionales que lo asfixian a diario; el misionero se había acercado para hablar de la palabra de Dios, de su amor infinito, de la salvación y vida eterna, pero al ver la desesperación y lucha por una reivindicación por parte de Charlie (Brendan Fraser) concluye diciendo que es un castigo por sus preferencias sexuales y malos hábitos. Con esto Charlie, le pide amablemente que se retire de su casa.

Qué lejos estaba el misionero de dar esperanza a través de un amor infinito que no comprendía que solo repetía, hablando y pretendiendo representar en el nombre de Dios. Qué incompresibles suenan esas frases que se repiten pero que solo transmiten un mensaje implícito de condenación y temor porque se hacen desde el juicio de cada quien a conveniencia o condicionamientos mentales no razonados.

Talvez porque desde ese borde imaginario podemos enarbolar una etiqueta, dándonos sentido de existencia y pertenencia que es a su vez un efecto de vivir en sociedad; pero que olvidamos la empatía una vez obtenida la etiqueta perseguida.

¿Será que suprimimos la autenticidad y empatía en nuestro sentir porque nos obligaría a replantearnos a nosotros mismos? probablemente.

Al sumarnos en el unísono colectivo que las condiciones sociales han mejorado, ¿tendremos empatía por el que habla en voz baja sobre los abusos sufridos por parte de los jueces de la calle, por el que recibe el cuerpo de un familiar que, buscando sobrevivir, encontró la muerte entre desgracias en tierras lejanas o nos aturdiremos con las vueltas en la noria viendo el Pacífico que nos harán repetir lo que mediáticamente se instaura en la vista y oído general? No lo creo.

Tampoco pongo en duda que el sentir auténtico y empático lo procede la razón, sin indiferencia ni selectividad, porque cualquier máxima que se repita sin tomar en cuenta las aristas circundantes, sería una hueca e ilusoria opinión que subsista en el inconsciente colectivo, la cual vendría a ser desmantelada pese a todo mecanismo.

Cuanto más nos alejamos de sentir y expresar auténticamente, más nos alejamos de nuestra propia esencia y de recibir vínculos significativos para la evolución y crecimiento en el paso por este plano. El borde imaginario, en el que creemos estar sustentados, poco a poco va agrietándose al comprobar que hemos repetido neciamente sin conectar con el corazón.

De allí la hermosa palabra “sentirpensar” que el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, encontrara en las conversaciones que tuviera con pescadores de la costa, en una de sus investigaciones. Le compartieron sobre “pensar con el corazón y sentir con la cabeza”, como una filosofía sencilla de vida, convergiendo los sentidos dentro de las sociedades en una misma conexión.