Para los venezolanos, hablar, escribir, estudiar, litigar sobre delimitaciones marítimas es consustancial con su vida diaria. Esto porque tenemos dos siglos intentando delimitar las áreas marinas y submarinas con Colombia; las del mar Caribe, por supuesto, porque no tenemos límites con el Océano Pacifico, como sí nuestros hermanos colombianos que poseen costas ambos océanos.

La nuestra es, como sucede en El Salvador, Honduras y Nicaragua a partir de unos islotes o islas colindantes con fronteras terrestres, en cuanto a la plataforma continental, mar territorial y zona económicamente exclusiva. Y es sumamente importante, porque depende de esas delimitaciones entre países vecinos, incluso antiguamente unidos bajo una misma soberanía, pero que la historia separó multiplicando soberanías donde antes existía sólo una.

Venezuela culminó sus delimitaciones en el Atlántico en los años 80, salvo las del Golfo de Venezuela y las surgidas con Guyana, cuando este país alcanzó su independencia en 1966, que se delimitará una vez se produzca la sentencia de la Corte Internacional de Justicia anunciada para el próximo año, porque dependerá de los límites terrestres en discusión, que son los que generan las marítimas, en nuestro caso no solo con Guyana sino con Trinidad y Tobago.

El Salvador por su parte, logró delimitar con sus vecinos del Golfo de Fonseca, Honduras y Nicaragua, dada la sentencia de la CIJ emitida en 1992, la totalidad de sus límites marítimos compartidos. Salvo, los que se generan en una pequeña isla situada a pocas millas del territorio Hondureño; isla que reclama Honduras para sí, mientras El Salvador hace lo mismo.

Y claro, ese islote genera aguas territoriales, soberanía sobre ella, la que disputan ambos países, actualmente ocupado militarmente por Honduras. Es obvio que la CIJ tendrá que actuar nuevamente, dado los antecedentes bélicos ocurridos en el pasado entre ambos países, que causó la llamada “Guerra del Fútbol”. Por supuesto, El Salvador ni Honduras están en disposición anímica, racional, económica o jurídica de enfrascarse en nuevas aventuras coyunturales que impliquen un estado diferente a la salida jurídica; como tampoco es justo someter a sus respectivos ciudadanos a tensiones humanas artificiales y costosas en términos económicos y humanos.

Otras delimitaciones marítimas en el mar Caribe que se encontraban en discusión son las de Nicaragua y Colombia. De larga data, e igualmente generadas por islas e islotes situadas o colindantes con los respectivos mares territoriales, plataforma continental y zona económicamente exclusiva entre ambos países. Pero con cierta complejidad en la equidad, dado que ese inmenso golfo, llamémosle así, compartido por Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua genera derechos y deberes que de no ser perfectamente conocidos y delimitados, podrían ser fuente de conflictos entre ellos, como efectivamente lo ha sido.

Específicamente, para el caso que nos ocupa, entre Nicaragua y Colombia desde el siglo pasado ha existido esa controversia, a pesar de tratados firmados entre ambos países, pero que en su momento Nicaragua bajo el gobierno sandinista objetó, y generaron situaciones de tensión diplomática entre ambos países.

En el Caribe Nicaragua posee dos islas encantadoras Corn Island y Little Corn Island, realmente poco desarrolladas turísticamente y sin una población autóctona densamente presente, mayoritariamente por garífunas (descendientes de africanos y aborígenes caribes y aruacos ). Colombia por su parte posee en su mar territorial el archipiélago conformado por las islas de San Andrés Providencia y Margarita que generan a su vez mar territorial.

El pasado jueves 13 del corriente mes de julio, la Corte de la Haya, emitió sentencia definitiva con trece votos a favor y cuatro en contra en una demanda presentada por Nicaragua sobre una supuesta línea extendida de plataforma continental, generada desde su territorio continental.