Existen palabras que se demonizan, que se convierten en un estigma maligno, rechazable, que entrañan males en sí mismos, que se repiten y repiten hasta convertirse en un sinónimo identificatorio. Una de esas palabras es el sionismo.

Señalan con el dedo acusador: ese es un sionista. Y ya, el indiciado e indicado es sospechoso de todos los males. La verdad, no sé por qué. No tiene nada de malo ser sionista. Es como estigmatizar a un salvadoreño, venezolano, francés, estadounidense, mexicano o turco por ser nacionalista en el buen sentido de su definición, por amar y buscar la tierra donde nació o sus antepasados.

Es como cualquier venezolano o salvadoreño que se ha visto obligado a emigrar hacia tierras extrañas, sin el olor, sabor, paisaje, costumbre o idioma al suyo, donde un turpial o torogoz no se llama turpial ni torogoz; ni el sabor de una arepa o una pupusa lo sustituye una hamburguesa de MacDonalds o un croque monsieur.
De modo que si fuere judío, sería sionista, como esos ocho millones de venezolanos fuera de su país por razones ajenas a su voluntad.

Esto nos lleva a preguntarnos quién es un judío. En principio en un ser humano que practica la religión monoteísta introducida por Abraham y sus descendientes en la tierra llamada Canaan, Dios único a quien denominaron Yahvé o Elohim. Es como ser cristiano, musulmán o budista, aunque el budismo no es una religión sino una filosofía de vida, una manera de comportarse.

No todos a quienes llamamos judíos son creyentes; no es la práctica de una religión lo que hace a un ser humano ser judío o no.Tampoco es una nacionalidad, porque hay judíos que no nacieron en Israel sino en España, Turquía Panamá, Marruecos o Etiopía. Tampoco es una etnia, como pueden ser los sajones, los hispanoamericanos o los negros, porque hay judíos blancos, negros, mestizos.

Luego entonces si no es una religión ni una nacionalidad, concluimos que es una cultura compartida, que conlleva tradiciones, historia, fe religiosa (ultra ortodoxos, ortodoxos reformistas, ateos y hasta judíos mesiánicos) y etnias, porque hay judíos askenazis, sefarditas, mizrajíes.

Pueden ser judeocristianos como yo, por ejemplo, que soy cristiano bautizado bajo la liturgia católica, pero que hunde su raíz religiosa en el Antiguo Testamento, como Jesús, sus padres y sus abuelos, quienes fueron todos judíos por nacimiento y fe.

Preguntándome alguna vez del por qué el antijudaismo, encontré en unos de los textos del teólogo católico de origen suizo, Hans Kung, recientemente fallecido, una explicación que me pareció la más acertada. Luego de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén (515 a.C), los babilonios llevaron de esclavos o súbditos a los judíos derrotados, pero ellos, una vez instalados en Babilonia conservaron sus costumbres, sus ritos religiosos y hasta sus vestimentas, generando una diferenciación, con los habitantes naturales. Esa diferenciación asumida fue, según el teólogo, una de las causas del antijudaismo. El ser diferentes.

Diferencias que se mantuvieron y repitieron a través de las distintas invasiones que soportó Judea, por persas, babilonios, griegos y romanos. Y luego por la invasión árabe, cristiana y turca. De hecho una de las historias más sublimes y heroica de ese pueblo judío (del reino de Judea) fue la insurrección de los Macabeos ante el imperio ocupante, al intentar los helenos prohibir la práctica de su religión al pueblo judío, y no aceptar el culto a la infinidad de los dioses griegos.

Por ello, cuando observamos que en las más elitistas universidades estadounidenses, los estudiantes salen a manifestar a favor de un grupo terrorista palestino llamado Hamas, que no solo invadió el territorio del estado de Israel, sino que asesinó a más de 1200 civiles, no combatientes, de todas las edades y sexo, secuestró a 240 seres humanos, violó a mujeres, las exhibió ensangrentadas en el capó de sus vehículos, no podemos entender esa reacción anti judía de esta generación privilegiada de los Estados Unidos, ante la legítima defensa del Estado de Israel.

Algo está sucediendo en nuestra civilización occidental, que reniega de sus valores y libertades conquistadas a través de la historia, para hundirse en lo más oscuro del pasado.