Definitivamente nos encontramos en pleno cambio epocal, como se define en teología el pase de una perspectiva de vida de la sociedad, humanidad y de sí mismo a otra visión, que pareciera radical; y muchas veces lo es, solo que su acción es evolutiva y no a fecha determinada.

Lo primero, son los cambios de paradigmas existentes, tenidos como ciertos e inamovibles, no solo por la sociedad sino por el individuo. Es decir la expectativa y certeza que se asume frente los hechos sociales y personales tenidos como dogmas; el derrumbe de certitudes políticas, morales, científicas, sociales, religiosas, que se van adecuando, asumiendo o rechazando, pero que evidentemente están presentes en la vida diaria de las naciones y del individuo.

Son los cambios de paradigmas, en proceso de sustitución o adecuación a nuevas realidades que se van imponiendo en nuestro ámbito de existencia. Se expresa en la moda, la organización social, el comportamiento frente al otro, la cultura, la fe religiosa, la ciencia y tecnología en, inevitablemente evolución hacia nuevas realidades y comportamientos, que van transformando nuestra manera de observar e involucrarnos en ese paulatino cambio epocal.

Historiadores, antropólogos, teólogos, académicos para poder entender, explicar la historia de la humanidad la han dividido, de forma arbitraria pero necesaria, en etapas o edades: la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. La primera la sitúan desde 4000 años a.C., hasta la caída del Imperio Romano en el siglo V de nuestra era; la Media, desde ese hecho hasta el Descubrimiento de América en 1492; la Edad Moderna desde ese hito histórico hasta Revolución Francesa de 1789. Habría que agregar junto a la Revolución Francesa, la Constitución de los Estados Unidos de 1787, primera constitución escrita que describe y asume la separación de los poderes republicanos, el reconocimiento de la soberanía popular y los derechos humanos. Y, la Edad Contemporánea, desde esos tiempos hasta nuestros días.

Como se observa, son momentos arbitrarios necesarios para entendernos; por ejemplo para llegar a la Revolución francesa pasaron décadas, siglos, antes de irrumpir la Ilustración, se reformulara el concepto de soberanía; se pasara del barco de vela al de vapor y luego al de turbina; o de la comunicación a distancia por medio del telégrafo, a la instantánea sin cables del teléfono celular.

Estos mismos cambios, transiciones, evoluciones en y de la humanidad, desde la aparición del Homo Sapiens no han sido pacíficos del todo. Hubo guerras, invasiones, destrucciones, prejuicios e ignorancia. Ignorancia y soberbia, el triunfo del más fuerte sobre el más débil. Ignorancia que no podemos juzgar con los conocimientos de nuestros días. En la Antigüedad se tenía como verdad absoluta que la tierra era plana, por ejemplo, y en la Edad Media surgió la Inquisición como fruto de la soberbia y de la ignorancia. Antes de descubrirse la penicilina, millones de seres humanos morían por un simple rasguño infestado, y millones de niños eran excluidos por falta de una simple vacuna contra la viruela o la poliomielitis. Y qué decir de los trasplantes de órganos ?

Con el Tratado de Westfalia de 1648, se sitúa el nacimiento del concepto de Estado-nación, vigente hasta los tiempos actuales, tal como los conocemos.

El Salvador es un Estado nación, con un gobierno que se rige por una Constitución republicana, semejante, con sus particularidades a la de Chile, Francia, Panamá, los Estados Unidos, Argentina, España con todo de ser una monarquía, pero una monarquía constitucional, y hasta con la de Venezuela, aunque en este último caso, formalmente existe un estado de derecho republicano en el texto, pero inexistente en la realidad).

Estas democracias, todas ellas, han funcionado a base de partidos políticos; organizaciones sociales electorales para la consecución del poder público. Diferentes ofertas que se le presentan al ciudadano para que elijan una de ellas, en la conducción de la nación.

Así ha sido hasta el presente, cuando observamos una repetición de conductas en todas las democracias occidentales, expresadas en un cansancio del electorado ante los partidos políticos y un agotamiento de y en las doctrinas e ideologías dominantes.

Lo observamos con brutal realidad en la España actual, en Chile, Argentina y en los propios Estados Unidos. No sabemos hacia dónde vamos en ese aspecto, pero hay que estar abiertos a esta realidad que se impone, para sumergirnos en ella y evitar caer en la involución.