Con frecuencia se nos hace pensar que enormes construcciones de cemento son sinónimo de progreso. Basta con un vistazo a nuestro alrededor para confirmar que en la actualidad más cemento significa más desarrollo. Sin embargo, valdría la pena preguntarnos si esta realidad responde a nuestra voluntad y al bienestar de las generaciones que nos sucederán.

Nuestra biodiversidad es nuestra principal riqueza, sin la cual ningún proyecto social puede existir. Es piedra angular del desarrollo, y su desgaste acelerado pone en peligro los logros que ya se hayan alcanzado. Una interpretación alternativa de desarrollo sería medir nuestros avances en la protección de nuestra biodiversidad como un eje medular de política pública. Desarrollo nacional es, entonces garantizar la posibilidad del futuro.

La pérdida de nuestra biodiversidad es un riesgo existencial importante para nuestros objetivos económicos. Estudios del Banco Mundial plantean que más de la mitad del Producto Interno Bruto en el mundo se genera en sectores que son alta o moderadamente dependientes de los beneficios que brindan los ecosistemas, como la polinización, la filtración de agua y las materias primas. Los ajustes en nuestras estrategias de desarrollo deben ser inmediatos frente a la actual crisis climática.

Ninguna medida por sí sola es suficiente. Debemos conservar, producir y consumir de manera más sostenible, debemos considerar el valor del capital natural en nuestros planes de desarrollo. Esta transición implica cambiar culturas de trabajo y formas de desarrollo muy arraigadas. Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT) significa volver verde la economía de una manera que sea lo más justa e integradora posible para todos, creando oportunidades de trabajo decente y sin dejar a nadie atrás. Es decir, cambiar modelos de producción y consumo que solo favorecen al crecimiento inequitativo, desigual, extractivo y empobrecedor que desprotege y destruye los bienes naturales para enriquecer a unos pocos.

Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) la solución más viable para reducir el uso de combustibles fósiles en los sistemas agroalimentarios y alcanzar al mismo tiempo las metas de productividad alimentaria es hacer un cambio hacia fuentes de energía más sostenibles y renovables. Esto incluye la energía solar, eólica, hidroeléctrica y la bioenergía. Hablar de desarrollo implica movernos velozmente en favor de energías verdes, conocidas también como energías limpias, que no producen contaminación a la hora de generarse o sus niveles son mucho menores que los que actualmente usamos. Sistemas de riego o molinos alimentados por energía solar y sistemas de refrigeración alimentados por digestores de biogás son algunos ejemplos.

Pueden encontrarse oportunidades en bienes intermedios en cadenas de valor de energías renovables, partiendo de manera realista de las actuales capacidades tecnológicas nacionales, pero diagnosticando y avanzando con claro enfoque hacia esta transición, implementando programas de formación técnica específica, investigación e innovación.

En El Salvador, el aumento de la productividad, la diversificación y el valor agregado puede ser la mejor apuesta en el agro fomentando la economía familiar y seguridad alimentaria. Importamos más de lo que exportamos y hemos descuidado nuestra capacidad de producir nuestros propios alimentos. Nuestra dependencia a importaciones de frijol, arroz y maíz ha crecido sostenidamente en las últimas décadas. Todos son cultivos que tenemos la capacidad de producir localmente.

Importante también es el fomento de productos agrícolas con mayor valor agregado, transformación de materias primas del sector agropecuario a productos específicos, brindándole mayor valor comercial sin perder la calidad de su origen. Esto implica políticas y estrategias que construyan y fortalezcan alianzas para mejorar la tecnología de producción y manufactura, calidad y costos, de manera que los alimentos de bandera nacional tengan prestigio al participar en mercados que se proveen de productos que protegen el medio ambiente, por ejemplo, productos con sello agroecológico.

Los retos son muchos. Los primeros pasos deben abrir espacios de diálogo desde un enfoque de desarrollo integral y lucha contra la pobreza. El reto mayor es saber insertarnos a escala internacional con actores comprometidos en hacer de las energías renovables un bien global al alcance de todos. Pasa por cambiar los subsidios destinados a los combustibles fósiles a las energías renovables, acceso más amplio para todos los componentes y materiales importantes a fin de expandir y diversificar la capacidad productiva, así como reforma de los marcos políticos nacionales. Depende de la rapidez con la que actuemos hoy será posible asegurarnos de un lugar específico en estos cambios globales.