El helicóptero al vernos voló hacia nosotros. Y por unos instantes, que para mí fueron eternos, se mantuvo inmóvil, con la metralla en nuestra dirección, y esperando. Esperando a no sé qué, ¿a disparar? Solo contábamos con unos segundos, y yo no sabía qué hacer, ¿correr? ¿Gritar? ¿Tirarme del caballo? ¿Levantar los brazos? Era el año de 1985, me encontraba viviendo en San Sebastián, San Vicente, y era el médico del pueblo, movilizándome a caballo por los cantones aledaños, vacunando a la población infantil. Pocos años después, como trabajador de salud me desplace a otro conflicto armado.

En esta ocasión a un país al otro lado del mundo, Somalia, en el cuerno de África. Muy pronto me di cuenta de que Bula-Hawa no era un lugar particularmente hospitalario para la cultura judeocristiana. Con el paso de los días realizaba de que en Somalia se despertaba esa enemistad histórica entre moros y cristianos. La ciudad localizada en la región de Bado, Somalia, situada en la zona fronteriza con la ciudad keniana de Mandera, servía de refugio a miles de somalíes desplazados por el sangriento conflicto. Fui de nuevo, uno de los pocos médicos residiendo en un área extremadamente peligrosa. Pero en esos días, tanto en El Salvador como en Somalia, el accionar humanitario se respetaba.

En los últimos años, todo parece indicar que los seres humanos estamos llegando a nuevos niveles de deshumanización en los actos de guerra. El ataque reciente del hospital al-Ahli en Gaza, no hace sino recordar al ejército persa de Ataserjes de Asia Central que sembraba el terror realizando actos despiadados contra comunidades enteras de civiles en tierras consideradas enemigas. La muerte y destrucción que esta nueva guerra entre Israelitas y Palestinos conlleva, nos asombra y obliga a preguntarnos, hasta donde seremos capaces de llegar o retroceder en aras del poder y conquista.

¿Pero es algo nuevo el ataque al sector salud en conflictos bélicos recientes?

Los ataques a la asistencia sanitaria en los conflictos armados violan principios fundamentales de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario (DIH), sin embargo, documentación reciente atestigua que dichos eventos presentan una tendencia ascendente. Por ejemplo, el bombardeo del hospital de Médicos Sin Frontera (MSF) en Kunduz (Afganistán) en octubre de 2015, que atrajo una amplia atención internacional sobre el DIH y la culpabilidad del ejército estadounidense, o los ataques a trabajadores de salud en Burundi o Myanmar o Sudan del Sur, donde conflictos étnicos transcienden el respeto al derecho humanitario y decencia innata del ser humano. Los ataques a clínicas y hospitales no es nada nuevo. Un estudio realizado en 1988 en Mozambique destacó que “196 puestos de salud periféricos y centros de salud habían sido destruidos y otros 288 habían sido saqueados y/o forzados a cerrar”, señalando que esta pérdida de servicios sanitarios ha “golpeado con mayor dureza a la población de las zonas rurales, donde la gente está más necesitada de atención sanitaria”.

Los ataques contra la sanidad pueden tener como objetivo no sólo estructuras físicas y personas, sino también el uso indebido de los símbolos y el estatus protegido de la sanidad y/o socavar la integridad de la sanidad, principalmente mediante el uso indebido deliberado de la sanidad con fines militares o de otro tipo, en violación de las Convenciones de Ginebra. Varios artículos citan la artimaña del ejército estadounidense de una falsa campaña de vacunación en Pakistán para favorecer la recopilación de información, el uso de ambulancias para transportar militantes a través de puestos de control y la ocultación de armas dentro de un centro sanitario. A principios del 2022, el ejército ruso había perpetrado más de 100 ataques a clínicas de salud y ambulancias ucranianas, de acuerdo con la Organización Mundial de la salud (OMS).

La barbarie del bombardeo del hospital en Gaza, independientemente del autor, es la consecuencia natural de un progresivo aumento de la perdida de nuestra humanidad, de nuestros valores, de una sociedad de consumo desordenada, superficial y cruel. Una sociedad donde el selfi, el Photoshop y la mal-llamada “modernización” se anteponen en la observación de nuestros valores básicos y fundamentales para salvaguardar nuestro humanismo, y a la postre el resguardo de la civilización. Al-lahi yuhmina.