El discurso de Vladimir Putin del 24 de febrero, en el momento mismo que las tropas rusas invadían Ucrania, es una pieza de geopolítica que debe analizarse con cuidado. Por lo que dice y por lo que obvia. Más allá de la retórica patriotera hay un claro sesgo de ‘Gran Potencia Invencible’ que la acción sobre Ucrania desvela.

No se trata de una guerra entre Rusia (o de la compleja Federación de Rusia, si se quiere) y Ucrania. La desproporción militar es ostensible. Quizá sea más preciso señalar que estamos frente a una recomposición geoestratégica que pasa, desde luego, por intervenir Ucrania. Y aún más: por fracturar el territorio ucraniano (el reconocimiento de las dos repúblicas ‘populares’, Donetsk y Lugansk, apuntan en esa dirección; ya antes sucedió la escisión de Crimea y Sebastopol, en 2014) y por derrocar al régimen ucraniano con el que los rusos ya no quieren tratar nada.

La idea peregrina que algunos ‘especialistas’ del asunto ruso señalan, como una verdad revelada, y que sugiere que Rusia se defiende (¡atacando!) y Ucrania ataca (insinuando que se adheriría a la OTAN) en realidad pasa de largo por el hecho mismo al que apelan: los lazos históricos entre ambos conglomerados socio-territoriales.

Nada de lo ocurrido antes puede aparecer con nitidez en el presente. Y esta invasión de Ucrania, veloz y contundente, de las tropas rusas muestra que las consideraciones rusas no son con exactitud las mismas de 2014, por ejemplo.

Los habitantes del planeta Tierra durante el siglo XX se asomaron a las nociones de exterminio y de destrucción masiva como consecuencia de las confrontaciones bélicas. El ‘reparto’ de áreas de influencia que la Primera y la Segunda Guerra establecieron se tradujo en modificaciones políticas en distintos lugares. Al asomar el proyecto nazi, con su visión delirante totalitaria y expansionista, también tomó forma la generalización del exterminio (las cifras de los asesinados en los campos de concentración por los nazis bajo esta óptica, corroboran lo dicho) y empujó al planeta a experimentar la cercanía del abismo de la destrucción irremediable (las dos bombas atómicas en Hiroshima y en Nagasaki, lanzadas por las fuerzas norteamericanas, en agosto de 1945, donde murieron y quedaron mutilados muchos miles de seres humanos inocentes, lo ratifica).

Y después llegaron la guerra de Corea, la de Vietnam, las luchas por la descolonización de África y las luchas guerrilleras de América Latina y sus correspondientes réplicas estatales de aniquilamiento, siguieron las líneas de ‘guerra sucia’ que hubo en Indonesia, Chile, Uruguay, Argentina, El Salvador y Guatemala, y a continuación las guerras en Medio Oriente, en Afganistán, en Irak y en Siria. Es decir, el aniquilamiento del adversario para concretar los objetivos políticos.
Lo que ahora ocurre en Ucrania, o más bien, lo que ahora está desplegando Rusia sobre Ucrania y quizá también de forma subliminal sobre otros países de su entorno (¿Finlandia, Suecia?), no se sale de esa estela del exterminio y de la destrucción.

Lo que dice Putin en su ‘declaración de guerra’ lo han dicho varios en otras circunstancias. Bush cuando invadió Irak, para no ir muy lejos.

En esta película que tiene como escenario Ucrania, para decirlo de una vez, no hay ni buenos ni malos. Rusia, en su calidad de ‘Gran Potencia Invencible’, se arroga la prerrogativa de atacar lo que considera que es inconveniente para sus intereses. Y se acabó. Las fronteras son solo el pretexto.

Rusia no se ha lanzado sobre Ucrania, por Ucrania misma, no, ante todo están sus inocultables pretensiones de ‘Gran Potencia Invencible’. Es desde esa plataforma donde pareciera que hay que leer los acontecimientos.

¿Quiere Rusia rehacer lo que fue la Unión Soviética? No, esa afirmación es norteamericana. Pero sí aspira a una recomposición geoestratégica. Y este momento de ‘debilidad global’ de Estados Unidos y de la Unión Europea abre flancos para esa pretensión.

De hecho, la apelación a la larga relación entre Rusia y Ucrania es como para señalar que no quiere expandirse, pero sí consolidar sus límites ‘históricos’ que después del derrumbe de la Unión Soviética se vieron afectados.

Además, hay aquí al menos dos actores silenciosos, o que quieren pasar por tales, pero que son decisivos en todo sentido para lo que está ocurriendo: China y Alemania.

China, más que Rusia, ahora tiene una expansión comercial mundial a la que cualquier hecho como la invasión de Ucrania la afecta sobremanera. De ahí que juegue un papel aquietador. Tiene con qué. Y además es interlocutor permanente de Rusia. Alemania no tiene ningún interés en que su situación energética se vea afectada (consume cerca del 50% tanto del gas como del petróleo que llega de Rusia). Estamos, pues, al inicio de un gran problema.