Ese tipo de visión, repetida hasta la saciedad por el sistema escolar y reproducida también por la mayor parte de los medios de comunicación, indica cuán poco han calado entre nosotros los estudios históricos.
Se deja de lado la riqueza de enfoque representa ver y estudiar a la independencia del Reino de Guatemala como un proceso que arranca a fines del siglo XVIII y se extiende por los movimientos insurreccionales de 1811 a 1814, el constitucionalismo gaditano, las elecciones de diputados y ayuntamientos por mandato de las Cortes de España, las actas de independencia del 28 de agosto y del 15 de septiembre de 1821, el acta de anexión al Imperio del Septentrión del 5 de enero de 1822, la fundación del Obispado Civil de San Salvador, la invasión militar de San Salvador por parte de las tropas de las Columnas Imperiales mexicanas, la declaración y ratificación de la independencia absoluta mediante las actas del 1 de julio y 1 de octubre de 1823 y la fundación de la Unión de Provincias del Centro de América o República Federal centroamericana.
Dentro de todo ese proceso, también resulta crucial examinar y entender los papeles jugados por los Americanos de San Salvador o grupo de independentistas enfrentados poir diversos motivos con la élite gobernante, económica y cultural de la ciudad de Guatemala, capital del Reino de Guatemala durante tres centurias.
También resulta esencial entender el papel jugado por diversos ayuntamientos (Sonsonate, Ahuachapán, Metapán, Santa Ana, San Miguel, San Vicente, San Salvador, etc) en defender las causas emancipadoras o en sumarse a los esfuerzos de anexión al Imperio Mexicano, a los intentos de vinculación política con los Estados Unidos de América o en las votaciones locales desarrolladas dentro de la Alcaldía Mayor de Sonsonate (noviembre y diciembre de 1823) para unirse a San Salvador y San Miguel, cerrar el paso a las intenciones separatistas de Santa Ana y dar paso a la fundación del Estado de El Salvador mediante la primera Constitución, redactada por el abogado viroleño Lic. José Damián Villacorta y promulgada el 12 de junio de 1824.
Resultaría de enorme interés enseñar a nuestro pueblo el contenido de las diversas actas independentistas emitidas entre 1821 y 1823. Mediante ellas, puede revisarse los distintos postulados de las diversas facciones que concebían al proceso independentista como opciones entre la separación absoluta de España, la anexión a la monarquía americana representada desde México por el emperador Agustín de Iturbide y su Ejército de las Tres Garantías, el establecimiento de un gobierno federativo al estilo del finado por las trece colonias originarias de los Estados Unidos de América o el establecimiento directo de estados y repúblicas separadas del resto de sus vecinos dentro del istmo.
La forma en que se nos enseña y muestra la independencia debe cambiar. Es urgente hacerlo, para así ser más críticos en cuanto al manejo de nuestra historia, tan manipulada desde intereses políticos y tan poco flexible para adoptar los conocimientos derivados de nuevas investigaciones académicas desarrolladas desde diversos centros universitarios y tanques de trabajo intelectual.
De cara al futuro, la independencia de la región centroamericana debe ser examinada con mayor rigor, menos fanfarria nacionalista y con un enfoque más regional y mucho más enriquecido en cuanto a materiales y puntos de vista. Una narrativa oficial única es peligrosa para la reproducción de valores democráticos esenciales. No se puede enseñar a ser libres mediante la reproducción de clichés y de pensamientos poco o nada críticos. La Patria es algo más que un mero pedazo de tierra, una bandera, una oración recitada sin conocer su contenido o una serie de cromos con rostros y escenas muchas veces inventadas.
La Patria es todo eso y mucho más, pero también debe ser un criterio fundamental para garantizar una educación cívica de mayor calidad. Ese es el reto que todos los salvadoreños debemos asumir para los años venideros.