Hace unos 20 años Miguel Rogel, un diseñador gráfico que trabajaba en un periódico de circulación nacional, fue atropellado por un vehículo en la autopista al aeropuerto, cerca de la Terminal del Sur, en San Marcos, justo debajo de la pasarela. Sufrió graves lesiones en sus piernas lo dejaron en silla de ruedas y hasta ahora no puede caminar. Miguel, que en aquella ocasión pretendía cruzar la autopista para abordar el autobús que lo transportaría a Zacatecoluca, vive arrepentido de no haber utilizado la pasarela.

A mediados de la década pasada Luz Marina López perdió a su hijo al ser atropellada debajo de la pasarela del parque Infantil y alameda Juan Pablo II, en San Salvador. La joven con cinco meses de embarazo fue golpeada por un pick up. Fue auxiliada por una ambulancia que la trasladó al hospital de Maternidad, donde fue imposible salvar al bebé. Según Luz Marina no hizo uso de la pasarela, porque supo que días antes asaltaron a una amiga suya en dicha estructura.

Roberto Silas Olmedo, era un estudiante universitario que hace unos diez años murió al ser atropellado en el bulevar del Ejército, debajo de la pasarela frente al centro comercial Plaza Mundo, en Soyapango. Sin motivo alguno el joven de 26 años de edad, evitó usar la pasarela y eso le costó la vida.

Historias fatalistas como la de Miguel, Luz y Roberto hay miles en todo el país Personas que son atropelladas bajo pasarelas porque por cualquier razón o justificación desistieron de usar la pasarela y optaron por exponerse a sufrir accidentes. Desde luego muchos de esos atropellamientos pudieron evitarse si los peatones y conductores actuaran con responsabilidad y cumpliendo el Reglamento de Tránsito. Los peatones están obligador a usar debidamente las pasarelas y los conductores a hacerlo con suma precaución. Aunque haya una pasarela los conductores debemos manejar a la defensiva y reducir la velocidad pues siempre hay alguien que imprudentemente o por cualquier otra circunstancia intente cruzar por debajo de esas estructuras.

En muchas comunidades asentadas en las orillas de las carreteras de constante tráfico vehicular, es la misma población la que solicita las pasarelas. Lo irónico es que una vez construidas no las utilizan. Casos sobran, por ejemplo en las zonas francas, en las áreas comerciales y en sitios concurridos.

Luis Fabricio Moya, un educador, asegura que el problema es cultural y de formación en el proceso educativo. En los centros escolares a la niñez no se le enseña lo básico de la educación vial, desde respetar los semáforos hasta entender los “pasos de cebra”. En la calle, especialmente en la zona urbana, peatones y conductores hacen su antojo de manera osada. Las personas se apoderan de las aceras y hasta construyen sobre ellas, “privatizan” las aceras públicas y colocan sus negocios o se apoderan de los espacios para cobrar estacionamientos.

En algunos casos las pasarelas han sido convertidas en “mercados”, sitios de estancia de “malvivientes” (y hasta delincuentes), baños públicos (nocturnos) y lugares ideales para “voluntarios” pidiendo ayuda, A esto se agrega que la mayoría de pasarelas han sido construidas pensando en personas jóvenes y con motricidad normal. No hay forma de ser usadas por personas no videntes o que se movilizan en sillas de ruedas o con problemas motrices, mucho menos para las personas de la tercera edad. Es decir, han sido construidas sin atisbos de inclusión social.

Dicho y observado lo anterior, las pasarelas son estructuras necesarias y se requiere que el sistema educativo incluya de manera transversal en todos los niveles la educación vial. Asimismo, se requiere que el Estado ejerza mejor control sobre la población de conductores. Saber conducir no solo es saber darle para adelante y de retroceso o saber estacionarse, implica tener niveles de tolerancia y conocer sobre sus deberes y derechos. El peatón siempre tendrá más derecho sobre el conductor. Conducir un vehículo es un privilegio que se debe asumir con mucha responsabilidad y respeto por el sagrado derecho del peatón.

La semana pasada se conoció que el alcalde capitalino Mario Durán giró instrucciones para que los agentes municipales hagan prevalecer la Ordenanza para la Convivencia Ciudadana e impongan multas de hasta $50 a las personas que no hagan uso de la pasarela. Esto con base al artículo 62 de la referida ordenanza, que establece que las personas que crucen la vía o calzada fuera de la zona peatonal y no hagan uso de la pasarela que se encuentre a menos de 100 metros de distancia, será sancionado con multas entre $15 y $50.

A su vez la alcaldía capitalina se compromete a mantener limpias las pasarelas y libre de ventas a efecto de garantizar el uso adecuado para la libre circulación. Creo que no basta con ello, también deben ser remodeladas para hacerlas más útiles y prácticas para las personas de la tercera edad y para quienes tienen capacidades especiales o reducidas. Deben estar debidamente iluminadas y deben ser realmente una alternativa viable. Más de alguna, a escala nacional, no tienen ninguna función más que ser enormes soportes publicitarios.

El uso de las pasarelas debe ser obligatorio a nivel nacional y por lo tanto la educación vial debe ser transversal en el sistema educativo. A los conductores antes de autorizarles la licencia de manejo, hay que concienciarlos sobre las reglas de tránsito y la conducción a la defensiva. Las multas, tan onerosas, hay que evaluarlas y potenciar las prevenciones, pues no se puede multar con $50 a un anciano, un ciego o una embarazada que no puede subir gradas. Usar o no usar una pasarela es cuestión de vida o muerte. Usémoslas.