Cuando una persona se desvaloriza por lo que le ocurre en la vida o cuando recurrentemente las personas que le rodean lo humillan y lo tratan mal, es posible que comience a creer que no vale mucho, sin entender que es imagen y semejanza de Dios por tanto ocupa un puesto muy importante en la creación, el Apóstol Pablo lo dice así “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo......en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:3, 7).

Es decir que el valor de una persono no proviene necesariamente de los bienes materiales que posea ni por el grado académico que tenga, que dicho sea de paso es importante formarse para defenderse de mejor manera en la vida, pero el valor de una persona aumenta cuando es lavado con la sangre del Señor Jesucristo. Esto me recuerda aquel joven que acudió a un maestro, para pedirle consejo porque se sentía poca cosa, dado que se había rodeado de personas que le decían que no servía para nada y que era torpe. Le preguntó, maestro ¿Qué puedo hacer para que las personas me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: “cuánto lo siento, muchacho” pero ahora no puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema, quizá después.... Y, haciendo una pausa, agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. El joven titubeó, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas. De modo que el maestro, se quitó un anillo que llevaba en la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió-: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado, ya que debo vender el anillo porque tengo que pagar una deuda.

Es necesario que obtengas por él anillo no menos de diez monedas de oro, asi que vete y regresa lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió, apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los comerciantes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él. Cuando el muchacho mencionaba las diez monedas de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que diez monedas de oro era un precio muy alto como para entregarlas a cambio del anillo. Luego otra persona le ofreció cinco monedas de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de diez monedas de oro, por tanto, rechazó la oferta. Después de ofrecer el anillo a cuanta persona se cruzó con él en el mercado y abatido por su fracaso, montó en el caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven haber vendido el anillo del maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo. Sin embargo, llegó donde el maestro y dijo, lo siento. No es posible conseguir lo que me pide. Quizás hubiera podido conseguir cinco monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

Eso que has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro- Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. Al llegar el joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al joven: Dile al maestro, muchacho, que, si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de 75 monedas de oro por su anillo.

¿75 monedas? exclamó el joven. Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de cien monedas...El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo. Nunca se te olvide que vales la sangre del Señor Jesucristo