Compañero, te vas... Yo quedo triste... Juntos habíamos soñado tanto y también combatido. Pero tu ausencia, no creas, no podrá separarnos... Hay un torrente espiritual que nos aúna y nos solidariza. Toma mi brazo fuerte; siempre estará contigo. Dame tu corazón de cóndor y de puma; déjamelo para que juntos luchemos contra la vil canalla que pulula en las sombras”. Así inició sus versos el poeta, despidiendo al amigo que había partido de este mundo. “¿Te acuerdas? –continuó escribiendo– ¡Cuántos sueños! ¡Cuánto vivir cantando la quimera errabunda! Versos... Cuentos... Guitarra... Qué despertar más triste a medio invierno crudo, cuando pronto esperábamos florecer los geranios y oír cantar cenzontles en nuestro humilde huerto que ha invadido la sombra arrojándonos tiña, carroña y podredumbre”.

Al leer las anteriores líneas, irremediable y crudamente viene a mi memoria una considerable cantidad de gente buena que se quedó en el camino transitado –durante tanto tiempo– para hacer realidad en nuestra tierra aquellos anhelos de justicia y libertad, de tolerancia y equidad, de generosa solidaridad... Ambicionábamos asegurar el pleno respeto de la dignidad de las personas y la prosperidad para el pueblo. Pretendíamos, en fin..., “¡tomar el paraíso por asalto!”

Don Rogelio y Armando de la “Fosa”; Santos de la “Nicaragua”; María Elena Salinas de la “22 de abril” y Óscar López de la “Tutunichapa I”; “Chuzo”, colaborador de la Unión de Pobladores de Tugurios, y “Chungo”, de “Las Palmas”, junto con sus hermanos Jacobo y Manuel Peña; Apolinario Serrano, Pedro Bran y Juan Chacón, dirigentes del Bloque Popular Revolucionario; el cipote “Silvano”, estudiante de secundaria y miliciano; Delfina Góchez (“Paula”) y Norma Sofía Valencia (“Paty”), también estudiantes y milicianas; Luis Armando Oliva, el “Choco”; los hermanos Quezada, Geovanny (“Ramiro”) y Nelson (“Toño”), junto a su papá don Francisco; el “Negro Hugo” y “Juanita”; “Felipe”, “Marvin” y “Medardo”, por el orden jefes de los pelotones 1, 2 y 3 del Destacamento “Juan Méndez” en Chalatenango; Paty Cuéllar, mi prima; “Rojitas” y “Julio”; Óscar Dueñas (“Bernardo Torres”) y Antonio Cardenal (“Jesús Rojas”)...

Al recordar estos nombres y los de tantos otros enormes seres llenos de humanidad, luchadores emperrados en concretar las mejores quimeras, no aflora en mí rabia sino alegría y orgullo por haberlos conocido; por haber compartido sacrificios edificantes y luchas triunfantes, manifestaciones populares apoteósicas y osadas huelgas, persecución e inseguridades, altos riesgos y –entre estos– nutridas balaceras... Son tantas personas repletas de amor por la vida que fueron asesinadas o desaparecidas para que hoy, pese a todo, con aquella nuestra canción que sigue siendo suya podamos y debamos decirles –parafraseando al bardo– que adonde vayan llevan luz y brillan “a pesar de la rabia de los envilecidos”, quienes “se quedan a oscuras con sus almas opacas”.

Esa canción les dirá a estos, los además pervertidos, que nuestra sangre continúa y continuará siempre en permanente sublevación; indignada e hirviendo “a torrentes”, estremeciendo la selva e incendiando los prados “al saber que es mentira, que no existe la justicia, que es un nombre ficticio, que la maldad impera”; que “el mundo siempre ha sido, es y será torcido”; que en todas las “latitudes se crían las ortigas, los cardos, las cizañas”.

Pero tampoco ignoramos “que hay rosas y azucenas, jazmines y arrayanes”. Esas bellas flores y tan apetitosos frutos se cultivarán con la vigencia de los derechos humanos en nuestra sociedad sin discriminación alguna, con su promoción para que la gente los conozca y los haga valer, con el fin de la impunidad protectora de grandes criminales militares y civiles que los violaron y los violan, con el castigo implacable para quienes nos saquearon y nos saquean, con el vil destierro de la buena historia patria para quienes dicen haber defendido la dignidad de las personas y la democracia pero hoy –en el ocaso de sus vidas– son pinches marionetas del vernáculo emulador de su colega vecino llamado Daniel Ortega.

¿Vendrán a preguntar por mí? Puede que sí..., pues hoy para quienes persistamos tercamente en mantener la convicción y el compromiso alrededor de la causa de los derechos humanos hasta el final –con coherencia y corazón– hay algo que ya se dijo: “Estamos en libertad condicional”.
Posdata inevitable: El inspirado bardo de cuya pluma nació el poema citado y parafraseado en esta ocasión es Félix Antonio Augusto Ulloa, quien siendo rector de la Universidad de El Salvador fue emboscado y ejecutado por un “escuadrón de la muerte” al servicio de la anterior dictadura. Falleció el 29 de octubre de 1980 sin ahuevarse, claudicar y –mucho menos– venderse. Para él sí..., mi eterno respeto.