Al leer las anteriores líneas, irremediable y crudamente viene a mi memoria una considerable cantidad de gente buena que se quedó en el camino transitado –durante tanto tiempo– para hacer realidad en nuestra tierra aquellos anhelos de justicia y libertad, de tolerancia y equidad, de generosa solidaridad... Ambicionábamos asegurar el pleno respeto de la dignidad de las personas y la prosperidad para el pueblo. Pretendíamos, en fin..., “¡tomar el paraíso por asalto!”
Don Rogelio y Armando de la “Fosa”; Santos de la “Nicaragua”; María Elena Salinas de la “22 de abril” y Óscar López de la “Tutunichapa I”; “Chuzo”, colaborador de la Unión de Pobladores de Tugurios, y “Chungo”, de “Las Palmas”, junto con sus hermanos Jacobo y Manuel Peña; Apolinario Serrano, Pedro Bran y Juan Chacón, dirigentes del Bloque Popular Revolucionario; el cipote “Silvano”, estudiante de secundaria y miliciano; Delfina Góchez (“Paula”) y Norma Sofía Valencia (“Paty”), también estudiantes y milicianas; Luis Armando Oliva, el “Choco”; los hermanos Quezada, Geovanny (“Ramiro”) y Nelson (“Toño”), junto a su papá don Francisco; el “Negro Hugo” y “Juanita”; “Felipe”, “Marvin” y “Medardo”, por el orden jefes de los pelotones 1, 2 y 3 del Destacamento “Juan Méndez” en Chalatenango; Paty Cuéllar, mi prima; “Rojitas” y “Julio”; Óscar Dueñas (“Bernardo Torres”) y Antonio Cardenal (“Jesús Rojas”)...
Al recordar estos nombres y los de tantos otros enormes seres llenos de humanidad, luchadores emperrados en concretar las mejores quimeras, no aflora en mí rabia sino alegría y orgullo por haberlos conocido; por haber compartido sacrificios edificantes y luchas triunfantes, manifestaciones populares apoteósicas y osadas huelgas, persecución e inseguridades, altos riesgos y –entre estos– nutridas balaceras... Son tantas personas repletas de amor por la vida que fueron asesinadas o desaparecidas para que hoy, pese a todo, con aquella nuestra canción que sigue siendo suya podamos y debamos decirles –parafraseando al bardo– que adonde vayan llevan luz y brillan “a pesar de la rabia de los envilecidos”, quienes “se quedan a oscuras con sus almas opacas”.
Esa canción les dirá a estos, los además pervertidos, que nuestra sangre continúa y continuará siempre en permanente sublevación; indignada e hirviendo “a torrentes”, estremeciendo la selva e incendiando los prados “al saber que es mentira, que no existe la justicia, que es un nombre ficticio, que la maldad impera”; que “el mundo siempre ha sido, es y será torcido”; que en todas las “latitudes se crían las ortigas, los cardos, las cizañas”.
Pero tampoco ignoramos “que hay rosas y azucenas, jazmines y arrayanes”. Esas bellas flores y tan apetitosos frutos se cultivarán con la vigencia de los derechos humanos en nuestra sociedad sin discriminación alguna, con su promoción para que la gente los conozca y los haga valer, con el fin de la impunidad protectora de grandes criminales militares y civiles que los violaron y los violan, con el castigo implacable para quienes nos saquearon y nos saquean, con el vil destierro de la buena historia patria para quienes dicen haber defendido la dignidad de las personas y la democracia pero hoy –en el ocaso de sus vidas– son pinches marionetas del vernáculo emulador de su colega vecino llamado Daniel Ortega.
¿Vendrán a preguntar por mí? Puede que sí..., pues hoy para quienes persistamos tercamente en mantener la convicción y el compromiso alrededor de la causa de los derechos humanos hasta el final –con coherencia y corazón– hay algo que ya se dijo: “Estamos en libertad condicional”.
Posdata inevitable: El inspirado bardo de cuya pluma nació el poema citado y parafraseado en esta ocasión es Félix Antonio Augusto Ulloa, quien siendo rector de la Universidad de El Salvador fue emboscado y ejecutado por un “escuadrón de la muerte” al servicio de la anterior dictadura. Falleció el 29 de octubre de 1980 sin ahuevarse, claudicar y –mucho menos– venderse. Para él sí..., mi eterno respeto.