Águila, Fas y Jocoro, solo desnudaron nuestra pobreza futbolística. No hay país en Centroamérica con peor fútbol que El Salvador. No estamos a punto de tocar fondo. Ya tocamos fondo. Tenemos una liga local mala, malísima. De 12 partidos jugados en la Copa Centroamericana Concacaf2023, nuestros equipos perdieron 11 y solo hubo una victoria (un pírrico 1 a 0 ante un equipo nicaragüense, por cierto el gol cayó en tiempo agregado). Los equipos centroamericanos nos anotaron 39 goles y nuestros representantes hicieron solo nueve. Muy preocupante, pero más que eso, muy avergonzante.

Entender porque nuestra liga es tan débil pasa por comprender muchas situaciones. Estoy seguro que como aficionados cada uno tenemos nuestra propia apreciación, casi siempre ligada a la emotividad, a los resultados y a nuestra afinidad con determinado equipo. Explicar por qué estamos en el fondo es demasiado fácil o demasiado difícil, depende de la circunstancia o de los resultados más inmediato. Recordemos que el futbol es un fenómeno que al final se mide con base al resultado, pero que lo llegamos a analizar con base a nuestra afinidad. Al final no me importa si mi equipo juega mal, toda vez que gane. El problema es cuando juega mal y pierde, lo cual es cotidiano con nuestros equipo y hasta con nuestra selección nacional.

¿Cómo es posible que FAS, subcampeón de América en sus mejores tiempos, ahora sea el juguete de cualquier equipo centroamericano, o que el flamante Águila sea la escalera de quien quiera subir apenas un peldaño? Jocoro, un equipo que juega en cancha no reglamentaria, sufrió esas consecuencias con creces. Claro, ahora fueron estos tres equipos, pero ya antes lo han sido Alianza, Platense, Santa Tecla, Isidro Metapán y otros, quienes derrota tras derrota nos han llenado de vergüenza. La verdad es que, sin temor a equivocarme, cualquier otro equipo hubiese hecho el ridículo, porque sencillamente tenemos una liga deprimente, con jugadores poco profesionales, con directivos con nula o poca visión, con periodistas que parecen aficionados abusando de los soportes comunicacionales, con aficionados convertidos en fanáticos acríticos, con una empresa privada poco interesada en apuntalar el deporte, con políticas estatales que no fomentanel fútbol como eje transversal en la formación de niños y adolescentes, sin procesos de formación sistemática y sin verdaderos clubes. Como diría Salarrrué, en el fútbol “Semos malos”.

Yo suelo ir mucho a los estadios. Siempre he sido aficionado a algún equipo de primera división. Lo fui de Atlético Marte (cuando fueron campeones solo con nacionales), después de Luis Ángel Firpo (en la época de Sergio Torres), del Universidad de El Salvador (cuando estudiaba y cuando retornó a la Primera División), del San Salvador (en su par de años de existencia, y hoy de Platense (equipo de mi departamento). Soy de esos aficionados que va al estadio a ver a la Selección y a mi equipo. Voy, pese a que de antemano sé que juegan mal y que probablemente saldré molesto por el deprimente espectáculo. Hasta técnico graduado de fútbol soy.

Nuestros jugadores no son profesionales. No tienen disciplina, carecen de formación, son manipulables e influenciables por las presiones mediáticas, se creen corredores de maratones cuando apenas caminan. He visto futbolistas de primera división ebrios, jugando en equipos de barriada, priorizando y tatuajes. En nuestros futbolistas no hay un anhelo de superación y sin serlo, se creen “estrellas”. Uno va al estadio a ver un partido y pareciera que está viendo una partida de ajedrez. Lentísimo hasta el hartazgo. Gana el menos peor.

Para colmo nuestros dirigentes se han vuelto expertos en contratar a jugadores extranjeros regordetes, retirados, lesionados y malos, que nada vienen a enseñar. Ya no traemos a jugadores como los de antes, como Zózimo (ex bicampeón mundial con Brasil) y otros destacadísimos. Hoy, en primera división se contrata a jugadores que igual pueden jugar en tercera o segunda división. Lo importante es que sea extranjero y si es colombiano mejor, porque esos cobran barato. Nuestros equipos de primera división, que por cierto son muchos (con ocho sería suficiente), se han convertido en el paraíso pobre de jugadores extranjeros “quemados” que vienen a llevarse unos cuantos dólares. Algunos de ellos vienen a dejar huella en la banca, porque son tan ineficientes, como los directivos que rehúyen a pagar los salarios de los jugadores, algunos tan paupérrimos eindignos.

En el área dirigencial desde hace ratos o desde siempre no andamos en la calle porque estamos en barrancos. No hay formación ni vocación de dirigente. Para algunos, incluyendo a “dizque” periodistas deportivos, los buenos dirigentes son los millonarios que aportan dinero, o quienes tienen plata para malgastar, no importando si eso es lavado de dinero. Olvidan que el dirigente debe ser planificador, estratega, emprendedor, visionario, organizador, metódico y líder. El dirigente debe manejar a su equipo como una empresa, con metas y objetivos a corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, en El Salvador siempre hemos ligado al dirigente con la política, el dinero, la influencia y la soberbia. Algunos que se hacen llamar dirigentes se rodean de “periodistas deportivos” para que los vanaglorien y de esa manera alimentar sus egos. Desde hace muchos años nuestros “dizque” periodistas deportivos se volvieron “aficionados con acceso a los medios” y algunos pasaron a ser fanáticos expertos en nada y en resolverles problemas al Real Madrid, al Barcelona y a los equipos y ligas europeas.Desde luego, hay algunos que son muy profesionales. Pocos, pero hay. Entonces, lo que Águila, FAS y Jocoro reflejaron solo es nuestra realidad futbolística. Si la casa se me está cayendo, la cierro y la derrumbó de una vez para construir una nueva antes que ocurra una tragedia. Nuestro fútbol es una suerte de risa en Centroamérica.