No siempre los actores políticos son conscientes del piso que hollan. La lectura que realizan de sus éxitos y de sus fracasos con frecuencia la hacen con cierto sesgo complaciente que les hace perder perspectiva.

El reciente rechazo a la nueva Constitución que han expresado los votantes activos chilenos debería llevar a una reflexión profunda acerca de lo que en realidad es el ‘cambio político’ y sus posibilidades para ir más allá. La conformación de la instancia encargada de redactar la propuesta de nueva Constitución (para sustituir la que viene del período de Pinochet) fue previa a la victoria electoral del actual presidente de Chile, Gabriel Boric. Porque lo de Apruebo Dignidad, la plataforma política que llevó a Boric a la presidencia, no postulaba una ‘revolución’, es decir, una modificación radical que diera lugar a una nueva situación, no, lo que en esencia planteaba era solo un ‘cambio político’. Eso es bastante si se considera que el escenario previo de Chile discurrió por la cuerda floja de un estallido social.

De hecho, Boric provenía de las luchas de calle del filón universitario y el camino a la candidatura presidencial fue muy disputado, tanto dentro de Apruebo Dignidad como ya en la contienda electoral nacional. La victoria electoral dio lugar a un cambio de Gobierno. Esto no siempre es así, porque cuando una misma fuerza política ratifica su respaldo electoral no se produce un cambio de gobierno sino una continuidad gubernamental. Ese ‘cambio político’ que Apruebo Dignidad propuso y que le dio paso a la victoria electoral y después al cambio de gobierno estaba, por decirlo así, a la espera del espaldarazo que la modificación constitucional podría darle para poder pensar en ir más allá.

Pero la ‘volatilidad electoral’ ha hecho de las suyas y ha dicho NO, un poco más del 60 % ha rechazado el texto de la propuesta de nueva Constitución, o al menos, hay que suponer que no ha aceptado esa propuesta que ha sido puesta a su consideración. Aunque es difícil saber con exactitud qué significa ese NO, porque resulta inverosímil imaginar que todos los que votaron adversando (y también los que dijeron SÍ) leyeron, discutieron y debatieron el nuevo texto constitucional.

En otros lados, como en Perú, por ejemplo, la victoria electoral dio lugar a un cambio de gobierno, pero por lo visto hasta ahora no hay señales que esa situación lleve a un ‘cambio político’.

En Nicaragua, que entre 1979 y 1990 experimentó una ‘revolución’ (de hecho, la última ‘revolución social’ de nuestro tiempo) y que en la actualidad vive una situación política anómala, de la mano de algunos de los personajes supervivientes de aquel período, solo que ahora en el papel de verdugos inmisericordes. Aunque se siguen usando palabras y símbolos del pasado, lo cierto es que lo que ocurre en ese país se parece mucho a una farsa política macabra. No hay ‘revolución’, no hay ‘cambio político’. Pero si existe todo un trazo de restauración de prácticas y de mecanismos muy similares a la larga noche somocista.

Lo del NO en Chile, entonces, visto en el conjunto de América Latina, aunque adverso a las fuerzas que en este momento pugnan por un ‘cambio político’, debería verse como una extraordinaria oportunidad para darle curso libre a novedosos e inéditos ejercicios de ciudadanía.

Lo dicho hace poco por Petro, el presidente colombiano, es un comentario sarcástico (‘revivió Pinochet’, afirmó, a propósito de la victoria del NO), en realidad no es la mejor lectura de la situación chilena. Expresa una cierta simpleza interpretativa que no le viene bien, sobre todo por el inmenso reto que tiene al frente de un proceso de suma complejidad como es el colombiano que, por cierto, no es una ‘revolución’ y sí aspira a concretar un ‘cambio político’. Sin embargo, puede aquello estancarse si la agenda que el nuevo gobierno se ha planteado no pasa de lo declarativo y se convierte en hechos irrefutables.

En todo el continente americano en los últimos años han tenido lugar hechos y dinámicas extraordinarias, dignas de ser examinadas por un hipotético laboratorio social. La gestión de Gobierno con Donald Trump al frente y su desopilante corolario, esto es, el asalto de masas al Congreso estadounidense, sin duda, amerita un examen cuidadoso.

La salida forzada de Evo Morales de la presidencia de Bolivia, y al poco rato, al convocarse a elecciones, el regreso al Ejecutivo de la fuerza que respaldaba a Morales es otro caso que hay que ver con lupa. Esos análisis simplistas del tipo ‘izquierda-derecha’ poco abonan a la comprensión de realidades tan intrincadas, que como acaba de mostrar el electorado chileno, al decir NO a la Constitución propuesta, requieren plataformas heurísticas más cuidadosas y nada maniqueas.