Ante el anuncio de la reelección presidencial, las redes sociales explotan y auguran un ambiente apocalíptico, similar a la batalla final de Armagedón. Pero, más allá de nuestras fronteras, el mundo parece estar mejor. Esto en contra de todo pronóstico de políticos, activistas y analistas sobre lo que sucede en El Salvador.

En este contexto de polarización de nuestra política nacional, aunado a la guerra en Ucrania, hambrunas en el cuerno de África, el mercado internacional por los suelos, recesión en China, ¿por qué debemos estar optimistas?

La semana pasada, la Fundación de Bill and Melinda Gates publicó su reporte anual “Goalkeepers Report, 2022” sobre el progreso global. Desde 1990, la pobreza y el hambre han disminuido drásticamente, mientras que la esperanza de vida ha aumentado en todos los continentes. Según el informe, el porcentaje de fumadores en el mundo ha disminuido en un 20 % aproximadamente; los niños tienen un 30 % menos de probabilidades de estar desnutridos o de sufrir retraso en el crecimiento; las tasas de tuberculosis han disminuido igualmente en un tercio; la mortalidad materna por nacidos vivos ha disminuido en un 40 %; la prevalencia de enfermedades tropicales desatendidas como el dengue y la lepra ha disminuido en un 70 % aproximadamente; y, el porcentaje de la población mundial con acceso a retretes y tuberías seguras ha aumentado en un 100 %. Es cierto, algunos podrían argumentar que la calidad de información en algunos países podría ser tergiversada o de mala calidad. Pero en general, es difícil argumentar que el progreso humano no ha avanzado sustancialmente en los últimos 50 años. El progreso es simplemente un hecho.

Consideremos el descenso de las muertes relacionadas con el sida, que es uno de los grandes triunfos infravalorados del siglo XXI. Hace décadas, expertos en salud pública preveían que unos 5 millones de personas morirían de sida en el 2020. Para el 2003, el presidente George W. Bush anunció una nueva política, apodada PEPFAR, para combatir la epidemia de VIH en todo el mundo. Al mismo tiempo, otros países y organizaciones sanitarias mundiales distribuyeron millones de medicamentos antirretrovirales por toda África, donde los casos aumentaban más rápidamente. Como resultado, el número de muertes por sida en el mundo ha disminuido cada año desde el 2005 hasta llegar a unas 500.000 en el 2020, según el Informe Goalkeepers. Esto significa que nueve de cada 10 muertes previstas se han evitado gracias al duro trabajo de los pueblos y las personas defensoras de la salud pública.

Nuestro país, El Salvador, también muestra sustancial progreso en casi todos los indicadores de desarrollo sostenible. Los índices de pobreza han disminuido progresivamente durante los últimos 20 años, así como la tasa de mortalidad materna e infantil, y la tasa de infección por VIH. Nuestro país, en general, está mejor que hace 20 años, y este progreso paulatino ha sido independiente del color político o gobierno.

Muy al contrario de lo que nuestros políticos nos quieren hacer creer, no somos un país independiente. Es más, en nuestro planeta no existe un país independiente. Como bien nos enseña la última pandemia del covif-19, todos dependemos de todos. Y en el próximo futuro, esta dependencia muestra una tendencia a fortalecerse y crecer. Nuestra interdependencia de pueblo a pueblo, y de país a país irá borrando nacionalismos estúpidos y decadentes, que solo limitan el progreso y la subsistencia de la raza humana, favoreciendo únicamente los discursos y propaganda de aquellos que no miran más allá de sus narices. Cierto es que, la magnitud del progreso social y económico de los países es afectado por las políticas públicas y niveles de corrupción, como bien se observa en Venezuela, donde los indicadores económicos y sociales muestran tendencias negativas. Pero estas son las excepciones y no la regla. Centroamérica, incluyendo a Nicaragua, muestran progreso en casi todos los indicadores de desarrollo sostenible. El desarrollo de los pueblos y la humanidad no depende de los gobiernos, sino de nuestra evolución como pueblo. Porque como bien lo dijo Adam Smith, no hay arte en que un gobierno aprenda, antes que otro, a drenar el dinero de los bolsillos del pueblo. A El Salvador no lo define el partido político de turno, sino su ciudadanía.