En la comunicación política de este gobierno parece que todo vale. El 2 de agosto de 1964, en el marco de la intervención de EEUU sobre Vietnam, ocurrió un incidente armado en el Golfo de Tonkin, brazo del Mar de China Meridional repartida entre China y Vietnam, reconocido como vietnamita, pero reclamado por EEUU como aguas internacionales. En la escaramuza, a 28 millas de la costa de Vietnam, tres lanchas patrulleras armadas de torpedos interceptaron al imponente navío USS Maddox que dejó un saldo desproporcionado de tres lanchas dañadas, cuatro vietnamitas muertos y algunos heridos, mientras el Maddox, los aviones y las tropas norteamericanas no sufrieron daño alguno.

En la noche del 4 de agosto los servicios secretos de EEUU montaron, en el mismo escenario, una falsa operación: simularon un ataque de tropas vietnamitas contra la armada de EEUU. Del hecho, que nunca ocurrió, presentaron supuestas evidencias al Congreso de EEUU como videos y documentos. El Presidente Lindon B Johnson solicitó más recursos militares para asesores, tropas que pasaron de 60,000 efectivos a más de 500,000. Con el transcurrir de los años (2005) se desclasificaron documentos del Pentágono, la Agencia Nacional de Seguridad, y las memorias del general Robert McNamara que evidenciaron que el incidente nunca ocurrió y que solo sirvió para escalar la guerra.

El último fin de semana de marzo, El Salvador fue estremecido con la mayor andanada de homicidios del siglo (62) en un solo día, llenando de luto a humildes familias y de terror al resto de la población ¿Cómo todas las agencias de seguridad gubernamental fueron incapaces de prevenir la amenaza del baño de sangre?, ¿Cómo ocurrió con el costosísimo pero desconocido “Plan Control Territorial” en ejecución?, ¿Será que necesitaban justificar y escalar su “#GuerraContraPandillas”? Lo cierto es que de nada sirvió el aparato de inteligencia policial, la poderosa inteligencia militar de la FAES desplegada en todo el territorio, la meticulosa inteligencia de Centros Penales que monitorea las cárceles e incluso a las familias de los privados de libertad, ni el multimillonario y sofisticado Organismo de Inteligencia del Estado (OIE) con alta tecnología para espiar todo lo que se mueve en el país. Ninguno dijo “mu”.

Si la meta fuera devolver la tranquilidad al pueblo, con este despliegue descomunal de fuerzas y herramientas institucionales bien pudo anticiparse y evitar el repunte de los 87 asesinatos de viernes, sábado y domingo; sin embargo, cabe preguntarse ¿Será que la supuesta guerra y el amplio despliegue mediático estaban listos y solo necesitaban una justificación? Todos los planes desplegados por Bukele han girado alrededor de su febril ambición de poder, ir a la guerra también parece políticamente motivado sobre arriesgados fines electorales.

Con el derrumbe estratégico de Arena y el Frente, Bukele se quedó sin adversarios, además, necesita sobreponerse a la caída de popularidad debido a su incompetencia y enfrenta al surgimiento de un creciente movimiento ciudadano y de resistencia popular que tienden a aglutinar el descontento. Bukele necesita dimensionar a un archienemigo suficientemente odiado por el pueblo para concentrar en este todo el rechazo mediático, no es difícil lograrlo sobre los grupos criminales de pandillas aun si esto implica violar Derechos Humanos, bestializar la seguridad pública o aislarse del mundo.

En tres años Bukele incrementó el presupuesto policial en un 48% y subió el gasto de la FAES en 77%. El reciente equipamiento militar y policial ya figuraba en los planes de escalada bélica, así como el crecimiento militar de 20,000 a 40,000 efectivos. Bukele necesitó del apoyo político electoral de las pandillas para generar un clima artificial de tranquilidad que le permitiera ganar la elección legislativa; creyendo controlarlos con sus mediadores desde un oscuro entramado de diálogos y pactos, anclados en su capacidad de regalías a partir de la disposición de cuantiosos recursos opacos durante la emergencia de la pandemia y cediéndoles el control territorial. Algún día conoceremos el punto de quiebre que llevó a la ruptura del pacto y provocó el baño de sangre. La famosa guerra es otra versión reciclada de fracasados planes de “mano dura”, que en su delirio ha transformado a Bukele en la bestia que cree combatir, mientras solo disputa maquinalmente el frenético control sobre los números de muerte y represión, “abriendo las válvulas” en un incontenible torrente de violencia, odio y venganza; entretanto el país navega sin rumbo.