Este 22 de abril se conmemoró, como cada año desde que Naciones Unidas lo estableció el 21 de diciembre del 2009 como tal, el Día Mundial de la Tierra. Casi cuatro décadas y media antes, en 1970, el territorio estadounidense experimentó una multitudinaria manifestación de personas en su defensa. Se habla de veinte millones movilizadas en ciudades y pueblos tras la convocatoria hecha por Gaylord Nelson, político y senador demócrata por Wisconsin. “Nuestro objetivo –declaró entonces este– no es sólo belleza escénica, aire y el agua limpios. La meta es un ambiente de decencia, igualdad y respeto mutuo a todas las formas de vida humana y no humana”. Por eso decidí recordar hoy a Jaime Antonio Cuéllar Martínez, mi hermano, fallecido el 8 de mayo de 1994; él se comprometió hasta el último día de su existencia con esta causa y,además, se sumó la lucha de la clase trabajadora.

Casi dos años mayor que yo, promovió la organización para defender los derechos laborales en el Instituto Salvadoreño de Investigaciones del Café creado en diciembre de 1982. Miguel Muyshondt era ministro de Agricultura y Ganadería e integrante destacado del partido fundado por el “escuadronero mayor”: Roberto d'Aubuisson. Eran tiempos de terror; la represiónoficial reinaba en nuestra tierra y ser dirigente sindical era un atrevimiento altamente riesgoso. Muchas vidas valiosas fueron arrebatadas en el afán del régimen por frenar el ímpetu organizado y combativo en favor de las reivindicaciones del sector.

En 1987 o 1988, no recuerdo bien, estaba en Costa Rica participando en unas jornadas de formación organizadas por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, adonde trabajaba mi otro hermano: Roberto, el mayor de los seis Cuéllar Martínez, quien llegó a ser su director. Estando allá, en la tarde del 1 de mayo nos avisaron que habían detenido a Jaime en la capital salvadoreña. Iba solo y tranquilo rumbo a la concentración previa al inicio de la marcha de rigor; portaba un morral con hojas de propaganda alusiva al Día de las trabajadoras y los trabajadores.

Alguien alcanzó a ver que unos policías nacionales lo subieron al “carro patrulla”, llevándoselo con rumbo desconocido. En esa época existían altas probabilidades de que el hecho desembocara en una desaparición forzada más y no descartamos tal escenario. Pero no. Además del fútbol y otros deportes, la música, su familia –esposa e hija– y su compromiso social,

Jaime se agarraba la vida “al suave”. Por eso, comenzó a platicar con sus captores sobre la realidad nacional, la lucha por cambiar lo injusto de esta, los beneficios que se conseguirían para el pueblo –incluidos ellos– y más. Así, los terminó “ablandando” y lo soltaron tras una travesía de algunas horas.

Mientras tanto, desde Costa Rica, con Roberto denunciamos la detención a través de sus contactos en Estados Unidos, México América del Sur y Europa. Paramos cuando conocimos el “final feliz” de la historia. Luego, Jaime llegó prontamente a ese país hermano donde permaneció ‒por si acaso‒ durante un corto tiempo y ahí tuvimos la oportunidad de conocer los pormenores del episodio.

¿Qué estaría diciendo y haciendo en la actualidad cuando, en palabras del fundador del Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada (CESTA), lo que nos queda en El Salvador es “pensar en sobrevivir”pues “la cosa viene peor. La temperatura va a seguir aumentando, la vida silvestre se va a seguir perdiendo y nos vamos a seguir contaminando más”. Eso asegura Ricardo Navarro quien, a propósito del treinta aniversario de la partida del hermano que tuve, me comentó que él fue quien alertó al CESTA –adonde se incorporó en sus inicios– sobre “la amenazante destrucción de la finca El Espino” y remató asegurándome que por Jaime fue que iniciaron la campaña en su defensa.

Postrado en la cama del hospital, durante nuestra última plática, me aseguró que de recuperarse se plantaría ante la maquinaria depredadora de esedegradado “pulmón” de San Salvador y parte de sus alrededores, para evitar dicha calamidad que terminaron permitiendo anteriores administraciones. No me cabe duda que frente a la catástrofe ambiental promovida o permitida por el Gobierno actual, hasta hubiera pensado en inmolarse para evitar el ecocidio nacional en marcha o al menos denunciar con la mayor fuerza posible el criminal daño ‒en desarrollo creciente e irreversible‒ que le están causando a nuestra madre tierra.

Así era Jaime y así lo recordaré, sobre todo por lo ocurrido la Asamblea Legislativa este lunes 29 de abril. Parecería que la suerte ‒mala, por cierto‒ está echada y vamos directo al “martinato milénico”; es decir, al “bukelato”. Dependerá de la capacidad de las víctimas actuales y futuras de la violación de sus derechos y libertades fundamentales, pasar de la indignación ‒que crecerá como antes‒ a la acción organizada y combativa.