Reflexionando el día de ayer, después de escuchar en cadena nacional al presidente de El Salvador, me di cuenta del impacto de su mensaje. Soy profesional de la salud, al momento totalmente enfocado en conocer íntimamente un virus nuevo, por lo cual considero que mi conocimiento de esta nueva enfermedad es, en promedio más alto, que la generalidad de la ciudadanía de nuestro país. Sin embargo, sus palabras provocaron asombro y frustración en su manejo de la información, angustia y miedo de las imágenes mostradas, e incredulidad en sus ataques hacia estrategias que países hermanos están utilizando para contener la epidemia.

Y me vino a la mente la epidemia de Ébola ocurrida hace pocos años en Liberia, África Occidental. Esta es una historia acerca de enfermedad y pánico. Una historia que evidencia que, para contener una epidemia, se requieren no solo habilidades médicas apropiadas, pero también un entendimiento del comportamiento del ser humano, y las fuerzas que hacen comportarse a las personas de una manera u otra.

Esta historia comienza en Monrovia, capital de Liberia, en África. Una noche cálida, estrellada, en marzo de 2015, el cuerpo sin vida de un joven pandillero es encontrado con múltiples puñaladas. Exámenes del cadáver determinan que además de las múltiples puñaladas, el sujeto padecía también de Ébola. Una enfermedad viral, altamente contagiosa y mortal. Como el Covid-19, la enfermedad del Ébola, en ese tiempo no contaba con tratamiento ni vacuna.

Epidemiólogos del CDC son traídos desde Atlanta para ayudar a las autoridades nacionales en la investigación del brote. El joven, pertenecía a una clica de aproximadamente 35 individuos, y había sido recientemente atendido en una clínica por sus heridas. La búsqueda frenética de contactos, para tratar de frenar la epidemia se dio inicio. Después de varios días de búsqueda, una clínica y su personal de salud fueron identificados.

El médico que suturó al individuo, fue contactado e informado de la posibilidad que él también estuviese infectado a través del contacto con la sangre del paciente. El médico aseguró haber seguido todos los protocolos de bioseguridad, pero se rehusó a guardar cuarentena.

El gobierno de Liberia dispuso utilizar coerción y fuerza sobre la población e impuso cuarentena obligatoria dentro de la ciudad capital, obligando a todos sus ciudadanos a permanecer encerrados en sus respectivas casas, no sin antes iniciar una campaña con mensajes e imágenes que describían las terribles consecuencias de esta enfermedad. Asimismo, se crearon centros de contención para personas sospechosas de contagio, llamadas “clínicas de Ébola”.

El ambiente general de amenaza y miedo, más la histórica percepción de desconfianza que la población de Liberia tenía de sus autoridades, llevaron a la población a entrar en un pánico general que los llevó a querer huir de la ciudad, con migraciones masivas hacia zonas rurales. Al mismo tiempo que esto pasaba, los epidemiólogos americanos en colaboración con epidemiólogos locales seguían su búsqueda de contactos entre los miembros de la pandilla. Con ayuda y en colaboración con la policía, pudieron encontrarlos, no sin antes haber convencido a los miembros de la policía, que la salud pública de la ciudad se sobreponía a la investigación del crimen.

Todos los miembros de la pandilla fueron ubicados en centros de contención, no sin antes prometerles que todas sus necesidades serían facilitadas. Ningún miembro de la pandilla, después de 21 días de cuarentena, presentó ningún síntoma relacionado con Ébola. Pero el médico que había atendido al difunto, después de dos semanas, comenzó a presentar síntomas de la enfermedad. Eventualmente buscó atención médica, pero ya era muy tarde, el médico murió en una de las clínicas de tratamiento para Ébola. Al final, las intervenciones no-coercitivas de los epidemiólogos, conducidas a construir la confianza entre las estructuras creadas para detener la epidemia y los miembros de una pandilla de criminales, dieron los resultados esperados. No así las intervenciones gubernamentales que insistían en crear miedo, cambiar sus costumbres y restringir la movilidad de los habitantes de Monrovia.

Tratar de imponer medidas de distanciamiento social a través del miedo y la coerción, sin tratar de entender que necesidades básicas de la persona se están limitando, están destinadas al fracaso. La práctica de la medicina, es ciencia, pero debe siempre ser acompañada del arte. La solidaridad tan necesaria al enfrentar problemas globales, no se construye hundiendo puñales traidores a nuestros hermanos y vecinos.