Como ya lo he compartido en ocasiones anteriores, pertenezco a la generación de la post guerra, no tengo recuerdos propios las dictaduras o el conflicto armado; pero haber crecido en un período de paz no me exime de la responsabilidad de conocer la historia de mi país. Y ese conocimiento es el que me hace valorar la paz. La guerra fue real, cobró vidas humanas, personas de ambos bandos y personas completamente inocentes. Nuestro país ya pagó con sangre la posibilidad de poder construir un país democrático, pero parece que para muchos las ansias de poder valen más que nuestra democracia y nuestra paz.

Esos intereses egoístas están provocando que como sociedad retrocedamos y repitamos los errores más grandes de nuestra historia: conflictos, violencia, intolerancia y violaciones de derechos humanos.

Sinceramente me da miedo vivir en un El Salvador donde pensar diferente, cuestionar las decisiones de funcionarios, señalar actos de corrupción o simplemente simpatizar con un partido diferente al oficialista, pueda costarle la vida a una persona. Pero, a pesar de ello, y de todo el deterioro institucional que venimos observando en los últimos años me rehúso a renunciar a vivir en democracia.

Por eso sigo y seguiré imaginando que vivir en un país democrático y en paz es posible. Ese anhelo también me lleva a imaginar un país en el que la persona que ostenta el cargo a la presidencia, ni siquiera por un mórbido sentido del humor, se atreva a bromear con una dictadura; para construir democracia se requiere que ese tipo de liderazgo no promueva la división y el odio, y mucho menos haga apología de la violencia hacia quienes piensan diferente. Quiero imaginar que es posible ser gobernados por una clase política que no esté cegada por el poder, que reconoce adversarios, pero no construye enemigos.

También quiero imaginar un país en el que los y las funcionarias son nombradas con base a méritos; desempeñan sus funciones con probidad y transparencia; y toman decisiones a partir de una visión estratégica que busque el bienestar de la población, y no a partir de meros cálculos electorales y réditos políticos.

Ansío vivir en un país en el que no se gobierne a partir de publicaciones en redes sociales o propaganda en medios de comunicación, sino en uno en el que se gobierne con políticas públicas que garanticen los derechos de toda la población. Políticas públicas que apuesten por la educación de nuestra niñez, la garantía del acceso universal y gratuito a la salud y el acceso a un empleo digno, en lugar de apostar por el fortalecimiento del ejército en la vida nacional.

Quiero imaginar que también es posible vivir en un país en donde los tres poderes del Estados sean plurales y actúen con independencia acorde a sus mandatos constitucionales, respeten la institucionalidad, pero que sobretodo sean capaces de establecer diálogos y acuerdos en beneficio de las grandes mayorías.

Quiero imaginar un El Salvador con una ciudadanía activa e informada, que ejerce su derecho a la participación política y respeta que el resto también lo haga, que es capaz de ser crítica ante las decisiones gubernamentales y que no tolera, ni justifica los actos de corrupción. En fin una ciudadanía que a partir de las diferencias, reconoce que el diálogo y el consenso son las herramientas indispensables para la construcción de un país democrático.

Pero en realidad, yo no quiero solo imaginar, quiero que vivir en país democrático y pacífico sea una realidad, no solo para mí y mi familia, sino para todas las personas. Nuestra democracia y nuestra paz son imperfectas, pero no por eso debemos darlas por perdidas, nuestra responsabilidad es defenderlas, son la única posibilidad de construir bienestar y desarrollo. No tengamos miedo de nuestras diferencias políticas, es momento de aprovecharlas, para que a través del diálogo democrático, podamos volver realidad un país en el que no sobre nadie.