En el ámbito económico, 2019 fue un año de desaceleración. Suponga que usted va en un vehículo y deja de acelerar; el carro continúa avanzando, pero lo hace mucho más lento. Eso es lo que está pasando en la economía mundial, pues el 2019 se cierra con el menor crecimiento económico desde la última crisis financiera internacional. Condicionado, por la guerra comercial entre China y Estados Unidos, pero también por la convulsión política que se vive en diferentes partes del mundo. Y la economía salvadoreña no es la excepción, pues posiblemente solo vaya a crecer 2.3 % en 2019, menor al 2.5 % de 2018; y donde la política fiscal vuelve a reiterar que por ahora es más instrumento para la sobrevivencia que para el desarrollo.


En el ámbito ambiental, 2019 fue un año de fracaso. La Conferencia de las Partes (COP) 25 era clave, pues era la última reunión para activar el Acuerdo de París, planteado como el primer pacto mundial vinculante en defensa del clima del planeta; sin embargo, el resultado de la negociación fue un fracaso. El propio Secretario General de la ONU, afirmó que «[..] la comunidad internacional ha perdido una oportunidad importante de mostrar una mayor ambición en mitigación, adaptación y finanzas para afrontar la crisis climática». De acuerdo a Christian Aid, en 2019 unos 15 desastres costaron al menos $1,000 millones cada uno y, siete de ellos, incluso tuvieron costos por encima $10,000 millones; y dejaron cientos de muertes. Y en El Salvador, no es una buena noticia el recorte presupuestario que tendrá que enfrentar el Ministerio de Medio Ambiente tomando en cuenta que seguimos siendo uno de los países más vulnerables al cambio climático.


En el ámbito político, 2019 volvió a ser un año de crisis. El ascenso del fascismo, del populismo y del conservadurismo, la continuación del autoritarismo y del militarismo, la represión a las protestas ciudadanas y un menor apoyo a la democracia, ponen de relieve como la política ha dejado de ser, percibida, como un instrumento para resolver los problemas de las personas y; en cambio vuelve a reafirmar que la política es útil, únicamente para proteger los privilegios y la impunidad de unos pocos.


En El Salvador, en 2019 se dio un terremoto político, cuyas consecuencias todavía no se han terminado de conocer. La contundente victoria del Presidente Bukele ha dejado herido de muerte a los partidos políticos tradicionales, donde se ven moribundos frente a las elecciones del 2021. Un escenario posible, es que a partir de 2021 se tendría una aplanadora política; sin embargo, todavía es una incógnita cuál es el proyecto de país que se quiere impulsar.


En 2019 continuó, además, el drama humano de la migración, la violencia machista, la corrupción y la impunidad. La desigualdad se sigue exacerbando, y ya son pocas las voces que se atreven a no aceptar que la desigualdad es la principal causa de la actual situación económica, ambiental, social y política que se vive a nivel mundial.


Frente a todo esto, se convierte en una utopía pensar vivir en una sociedad donde las mujeres y hombres puedan aspirar a tener las mismas oportunidades y resultados, donde toda la niñez pueda tener acceso a la educación y a soñar con vivir un mundo mejor, donde el medio ambiente no siga siendo la moneda de cambio frente a un modelo económico agotado y, donde la política sea útil para resolver los problemas de toda la población.


¿Entonces cuál es el sentido de soñar con una sociedad más justa y que 2020 sea un mejor año? Cuenta Eduardo Galeano que estando en una universidad junto a Fernando Birri, un estudiante les preguntó, «¿para qué sirve la utopía?», a lo que Fernando respondió: «[..]la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».


Mi principal deseo para 2020 es que sigamos caminando. Caminemos junto a nuestra familia, amigos vecinos y conciudadanos para construir una sociedad más empática y menos individual. Caminemos y debatamos junto a quienes piensan diferente porque para vivir en una sociedad mejor, nadie sobra. Caminemos junto a los más vulnerables para que vivamos en una sociedad con menos privilegios y más derechos. Y frente a un mundo convulso nunca dejemos de caminar juntos, abrazando la paz y la justicia.