Desde el pasado diciembre, con el desarrollo de las nuevas vacunas contra el coronavirus, el mundo espera con ansias el fin de la pandemia. Nunca en la historia de la humanidad se habían producido en tan poco tiempo vacunas efectivas que pudiesen proteger contra una enfermedad. Pero este mismo hecho, ha despertado desconfianza en la población, incluyendo algunos médicos, quienes argumentan que la rapidez del desarrollo de las vacunas está ligado al rompimiento de códigos de seguridad. ¿Pero que dice la ciencia al respecto?

Existen tres tipos de vacunas: la vacuna tradicional de base proteica, vacuna de vector viral, y la vacuna de ARN mensajero. Los tres tipos de vacuna tienen el mismo objetivo, poner en contacto nuestras células de defensa con una proteína del virus, en este caso todas incluyen la proteína S de la superficie externa del virus. Estas vacunas se diferencian en el vehículo que utilizan para introducir la proteína S dentro de las células del músculo deltoides del brazo, así como donde se produce la proteína, en el laboratorio o en las células musculares de nuestro cuerpo.

La vacuna de ARN mensajero (Pfizer y Moderna), utiliza una plataforma genética o ARN mensajero que lleva la receta de como producir la proteína S del virus, Esta receta utiliza como vehículo nanopartículas de células lipídicas (grasa) que protegen que el ARN mensajero con la receta no sea destruido hasta que se inserta en la célula del músculo. Una vez dentro de la célula este ARN le pasa la receta a los ribosomas, que es la fábrica de la célula donde se producen las proteínas. Con esa receta los ribosomas comienzan a producir la proteína S del coronavirus, que una vez en contacto con nuestras células de la defensa o sistema inmunológico, lo reconocen y preparan la respuesta inmunológica para destruir y así defender a nuestro cuerpo del virus.

Las vacunas con vectores virales (Johnson y AstraZeneca) utilizan un virus inofensivo para entregar un trozo de código genético a nuestras células, permitiéndoles fabricar una proteína del patógeno. Esto entrena a nuestro sistema inmunitario para que reaccione ante futuras infecciones.

El vector del virus que se utiliza en las vacunas de Johnson & Johnson y AstraZeneca es un adenovirus, un tipo común de virus que suele causar síntomas leves de resfriado cuando infecta a alguien. Estas vacunas inyectan un adenovirus inofensivo, que transporta información genética única del virus COVID-19 a las células humanas. Una vez que llega a las células humanas, el vector utiliza esa información genética con la maquinaria de la célula para producir una proteína (proteína S) de COVID-19 (un pequeño trozo de SARS-CoV-2) en la superficie de la célula. Esa proteína S desencadena una respuesta del sistema inmunitario del organismo para empezar a producir anticuerpos contra el COVID-19. Los anticuerpos creados son específicos para el virus que causa el COVID-19, lo que significa que el organismo está preparado para protegerse contra cualquier infección futura del virus del SARS-CoV-2.

La vacuna tradicional de base proteica también es utilizada para el desarrollo de vacunas contra el COVID-19. El más avanzado para Covid-19 es el de Novavax, basado en la proteína S de Sars-CoV-2 más un adyuvante que activa el sistema inmunitario. La proteína S en este caso es producida en el laboratorio, producida en células de insecto mediante una adaptación de su proceso para la gripe y otras vacunas candidatas. Se combina con un adyuvante (nanopartículas de colesterol, fosfolípidos y saponinas del árbol de la corteza de jabón), que ayudaran a preparar las células del sistema de defensa para identificar la proteína del coronavirus.

Estos tres tipos de vacunas llevan más de 20 años de estudio. Incluso se habían estudiado en el desarrollo de vacunas contra el virus del Ébola, influenza y malaria. Su proceso de aprobación ha sido riguroso y en ningún momento se han obviado o saltado ningún código de seguridad. La inversión de miles de millones de dólares más la colaboración cercana de miles de científicos es lo que ha hecho posible que en menos de un año de pandemia, podamos estar viendo una luz al final del túnel. Vacunarse es totalmente seguro.