En las temporadas de la recolección del café, en muchos lugares en donde se cultiva el susodicho “Grano de oro”, los trabajadores parecen gitanos que andan de un lugar a otro buscando dónde cortarlo. En El Salvador, es una cultura, una tradición ver a familias completas cortando el aromático.
Los cortadores llegan de diferentes puntos del país, algunos hasta a los países vecinos se van a cortar. En las fincas hay un recinto especial para que los cortadores duerman mientras la temporada de café termina en ese sitio. Antes, el objetivo de ir a cortar café era ganar para comprar los estrenos de las fiestas de fin de año, comprar los útiles escolares y comprar cohetes. Los niños eran felices cuando sus padres les compraban juguetes. Actualmente, se sigue haciendo.
A las cinco de la mañana se escuchan los murmuros, es el ruido de los cortadores de café. Algunos aún le colocan la “marimba” al canasto. En la cocina, las señoras palmean las tortillas, el olor a frijoles se percibe y es momento de ir a desayunar para luego partir a los cafetales. Cortar cada granito de café es una gran experiencia.
Las seis de la mañana y el caporal está ordenando a cada cortador —A cada quien le he dado un surco, por favor, cortan ordenados. No vayan a quebrar las ramas y si botan el café, lo recogen—. Algunos caporales son bien enojados.
Antes se escuchaban las rancheras que provenían de una radio de transistores. Actualmente, los celulares o una bocina son los que alegran la faena. Los villancicos navideños o cumbias no pueden faltar. En el momento en que alguien ya lleva su primera canastada de café, se escucha a un joven decirle a una señorita que está bien bonita. Café con aroma de mujer.
El tiempo avanza, tal parece que es una competencia, claro, mientras más se corte, más será el pago. Cuando la familia completa se dedica a cortar café, pueden cortar hasta unas 20 arrobas. Una buena ganancia para cuando les pagan. Los que nunca han cortado café sepan que a buena mañana el sereno se siente, las hojas gotean, se siente frío. Además, las coloradillas se prenden en el cuerpo, de repente, le puede picar un gusano pajarito, o lo puede asustar una culebra, etc.
La hora de salir de la faena ha llegado; algunos ya fueron a dejar el primer saco lleno de café hasta el casco de la finca, lugar en donde espera la Romana o la báscula para pesar el café. La sacada no es fácil, hay cuestas empinadas, hasta al más fuerte le será difícil. El caporal alza su voz —¡Ohhhhhhhhhhh! ¡Ya es hora de salir! En algunos lugares aún se escuchan los pitos de los beneficios de café.
Las chencas, el café, los frijoles y algunas mutas acompañan el almuerzo. Otros llevan tamales de viaje (Masa compactada). Se debe comer rápido porque luego hay que escoger el café. Se debe separar el café verde del maduro y quitarle las hojas. La hora de la pesada ha llegado. El administrador o el caporal lleva el control de las arrobas cortadas por cada cortador o familia. Son las cuatro de la tarde y es hora de irse para la casa.
Los que se quedan en la finca, luego se van al río a bañarse. Esa agua está gélida. Otros se van a traer leña para prepararse en la noche. Más de alguno encontrará cuchamperes o agarrará butes en el río. La noche cae y algunos juegan naipes, otros cuentan chistes, leyendas e historias de terror. De repente, un chucho ladra y todos se asustan. Las luces se apagan y los sacos de henequén sirven de colchón.
Cada momento ha sido plasmado por fotógrafos, cineastas, pintores, escritores y demás artistas. El café salvadoreño siempre tendrá trabajadores temporales o permanentes. Esos salvadoreños que aún hacen esas jornadas son parte de la actividad económica del país. Pequeños, medianos y grandes caficultores brindan trabajo a muchas personas durante el año. Algunos amigos me cuentan que cortaban por hobby o diversión, pero eso les dejó bonitos recuerdos. Cada cordillera de café espera a forasteros dispuestos a laborar.
*Fidel López Eguizábal, Docente e investigador Universidad Nueva San Salvador
fidel.lopez@mail.unssa.edu.sv