“Mejor voy agarrar mi canasto”, dijo, “primero Dios que debo de ganar con este mi canasto, aunque no pueda leer”, dijo riendo la abuela, que a pesar de su avanzada edad recuerda cada episodio de su vida.
Ella, junto con otras mujeres de la zona de la autopista a Comalapa salían muy temprano a agarrar verduras y frutas de los camiones, para luego ir a venderlas al centro de San Salvador. Cuando ya estaba instalada, a mediodía se daba su espacio para ir a la iglesia y pedir a Dios por sus cercanos y por su venta.
“La comida era barata, lo que no había era pisto, los hombres gana-ban cincuenta centavos al día, no alcanzaba. Ya con dos pesos compraba uno sus cositas y si hacía mis tres o cuatro pesos, al día siguiente, ya venía más alegre”, relató, mientras volvía a sonreír y alzaba las manos como en señal de triunfo.