En El Salvador estamos viviendo un fenómeno silencioso, pero muy poderoso: cada vez más personas pasan horas enteras deslizando la pantalla del celular sin parar. Es un hábito tan común que ya ni lo notamos.
Bajamos y bajamos, sin llegar nunca al final. La pantalla se renueva sola: siempre hay un meme nuevo, un chisme más, un video rápido que nos hace reír… y nada más.
Esa lectura instantánea entretiene, sí, pero no alimenta. Es como comer solo comida chatarra: llena, pero no nutre. El verdadero escándalo cultural es que muchos compatriotas pasan días, y a veces años, consumiendo contenido vacío, mientras un buen libro, capaz de abrir la mente y ensanchar el corazón, queda relegado en un rincón.
La escena se repite en buses, en aulas, en oficinas, en mercados y hasta en reuniones familiares: pantallas moviéndose sin descanso, ojos atentos a nada. Eso es “deslizar sin fin”, una especie de hipnosis moderna donde siempre aparece algo más, aunque lo de abajo sea igual a lo de arriba.
Lo triste es que esa práctica va moldeando nuestra forma de pensar: lo rápido nos parece suficiente, y lo profundo nos parece cansado.
Basura digital vs. riqueza literaria
Internet está lleno de frases vacías, noticias falsas, chismes, insultos disfrazados de opiniones y videos que duran menos de un minuto. Todo se consume sin pensar.
Sin embargo, la literatura sigue ahí, ofreciendo historias profundas, personajes que enseñan, palabras que transforman. El problema es que muchos se conforman con lo fácil y dejan lo valioso.
Leer solo basura digital es renunciar a la riqueza que los libros nos regalan: imaginación, criterio, sensibilidad y capacidad de reflexión. Y esa renuncia tiene consecuencias.
El costo social de no leer
Quien no lee piensa menos, se deja engañar más fácil y pierde oportunidades. La falta de lectura afecta la manera en que trabajamos, en que votamos y en que convivimos.
Un país que no lee es un país que decide sin reflexionar, que discute sin argumentos y que se cree cualquier cosa que aparezca en la pantalla. Leer no es un lujo intelectual: es una defensa. Una herramienta para no vivir en la ignorancia, para cuestionar, para elegir mejor y para construir un futuro más digno.
Leer: ¿privilegio o derecho?
En El Salvador, para muchos leer no es fácil. Faltan bibliotecas, los libros son caros y el apoyo cultural es limitado. Pero también hay apatía. Muchos prefieren lo fácil de las pantallas antes que la aventura interior de un cuento o una novela.
La lectura debería ser un derecho básico, no un privilegio. El escándalo está en que, como país, dejamos pasar la oportunidad de crecer cuando despreciamos la palabra escrita.
La Biblia nos recuerda un principio profundo: “El corazón del entendido adquiere sabiduría, y el oído de los sabios busca conocimiento” (Proverbios 18:15). Esa búsqueda no se encuentra deslizando sin fin, sino leyendo con intención.
El lector: un ciudadano consciente
Leer no es solo entretenimiento; es aprender a pensar. Un lector desarrolla criterio, no se deja manipular, reconoce la mentira disfrazada de verdad y participa mejor en la sociedad.
Ser lector es ser ciudadano consciente, responsable, capaz de defender sus ideas y respetar las de los demás. El escándalo es que muchos prefieren quedarse con lo superficial y no aprovechar el poder de un buen libro.
Pero siempre se puede empezar. Basta una historia corta, una biografía, un cuento salvadoreño, un clásico breve. Leer es abrir una puerta. Y una vez que se abre, es difícil volver a ver el mundo con los mismos ojos.
Leer no solo informa: despierta. Y un país despierto siempre tiene futuro.
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* Alfredo Caballero Pineda, es escritor y consultor empresarial.
alfredocaballero.consultor@gmail.com