El salvadoreño no se detiene

Viernes 03, Enero 2025 - 5:10 AM

El salvadoreño trabaja arduamente, lo hace para callar las tripas que no dejan de crujir. Es por unos hijos que esperan como bomba de tiempo la comida.

Los analistas están bien vestidos en un canal de televisión analizando la situación de El Salvador, mientras tanto, un mar de gente se la rebusca cada día para sobrevivir. No son solo gente de corbata que estará en su trabajo esperando el pago. Muchos hacen de todo, el objetivo es llevar lo justo y necesario al hogar. Cada mañana el panadero se levanta temprano para hornear el pan francés, luego se irá a las calles del barrio a venderlo. El estudiante universitario se sube a los buses para tocar con guitarra vieja "Solo le pido a Dios”. Ese dinero le servirá para pagar las cuotas universitarias y para sus alimentos. El que acarrea bultos en los mercados, el sudor le resbala por todo el cuerpo, los músculos le crecen, su lucha constante no cesa, todo por llevar el sustento a su hogar. La señora que baja del volcán con canasto en su cabeza con la esperanza de vender los pitos, las moras, los chipilines y otras verduras. Llevará unos cuantos dolaritos a su casa. Eso será la satisfacción de su vida. La maquilera joven y madre soltera que gana el sueldo mínimo y hace milagros para poder vivir y alimentar a sus hijos. El aprendiz de pastor, quien se sube a todos los buses, diserta en los parques, su único objetivo es llevar la palabra de Dios. Más de alguno logrará abrir el corazón y darle una moneda. Ese mensaje hizo cambiar de actitud a más de algún oyente. El pescador que aguanta sol, piel tostada y diestro con la red. En casa le esperan bocas hambrientas. Mas no saben los peligros que avistó durante la jornada. Los que venden dulces de fiestas, tal vida cirquera o gitana, quienes se la pasan toda la vida de forasteros vendiendo los típicos dulces de pueblo. En algún lugar del país dejaron su verdadero hogar. Endulzan la vida del amargado que no le encuentra sentido a la vida. Los jóvenes malabaristas que encienden las antorchas para iniciar el show en las calles de la ciudad. Los conductores inician a subir los vidrios, les ven con indiferencia. Al final del día, ambos contarán sus ganancias. Un día cansado, la sociedad los mandó a la calle a trabajar. Quizá más de alguno sea licenciado. La señora que empuja a su hijo en la silla para llevarlo a las calles, su rebúsqueda es que la gente perciba la lástima de un niño inválido. Más de alguno les dará unas monedas. El salvadoreño trabaja arduamente, lo hace para callar las tripas que no dejan de crujir. Es por unos hijos que esperan como bomba de tiempo la comida. Lástima que la desnutrición es irreversible. Demasiado tarde, los niños se quedaron pequeños, su inteligencia merma debido a la falta de alimentos. Al final del día, una sonrisa de los niños hará alimentar los deseos de seguir luchando. Los padres se acostarán cansados pensando en mañana, pensando si venderán o no sus productos. El joven recién graduado de la universidad, con hoja en vida en mano, aplanará las calles de la ciudad tocando puertas para tener un "trabajito”. Pasarán los años y, al ver que su cuerpo se pone delgado, se hará emprendedor. Y, le llamará a su empresita "La Constancia”, no, no es la cervecera, es una pequeña tienda en donde ha iniciado a vender sueños. La prostituta que asalta la noche, siempre está en la misma esquina, se la rebusca para alimentar a sus hijos. Hijos que morirán engañados creyendo que su madre trabajaba en una maquila, call center o restaurante. La señora que vende carbón en el mercado, sucia, pero con la sonrisa siempre bien puesta. ¡Ah Patria salvadoreña! Siempre habrá un salvadoreño que no se rinda. La rebúsqueda es para todo aquel que quiere vivir, no importa lo que haga para poder sobrevivir. Para qué hablar de la clase política, ellos tienen los estómagos saciados. Es que al salvadoreño nada ni nadie lo detiene. Fidel López Eguizábal es docente investigador de la Universidad Francisco Gavidia flopez@ufg.edu.sv