La diplomacia de Trump es extraña.  Como vendedor de artilugios que es, vende humo. Hace trucos con las manos. Habla en lenguas para decir lo que no quiere decir y dice lo que nunca dijo pero que se podía colegir de los actos que siguieron a sus hechos. Quizás es un híbrido nacido del mix Truman-Nixon-Reagan, tres de los presidentes norteamericanos que han marcado época. Y ahora él, que quiere dejar una huella indeleble. ¡Su vanidad es enorme!

Eso de enarbolar los aranceles y jugar a amenazar a sus interlocutores con que si no sueltan a Bolsonaro (en Brasil) pues les aplicará el 50% o poner a tentar tablita a la Unión Europea con volver a cambiar el acuerdo que tenían si no llevan inversiones millonarias (‘regalo’, le llama Trump) a Estados Unidos o amenazar a India con altos aranceles porque compra petróleo ruso, todo eso y más que falta de ver y de oír, constituye un esquema diplomático caótico, que a lo mejor funcione para la compra-venta de productos de tal o cual característica, pero que en la escena internacional resulta difícil encajar. Podrá lograr algunos resultados, pero serán siempre endebles, porque hay engañifas de por medio.

Jugar a la amenaza quizá no sea tan problemático (a lo mejor en secundaria así se relacionó con sus compañeros de estudios, de seguro las relaciones con las mujeres ―Melania es solo una de tantas― han estado regidas por ese ‘método’; y ahora, en su vejez, quiere hacer cosas locas que en sus noches de insomnio lo atormentaron. ¡Cómo le vendría de bien una terapia psicoanalítica!). El asunto complicado es comenzar a replicar lo que hizo con Irán, amenazar, hacer que una pinza la manejara el ejército israelí y él se reservó la cereza del pastel. Porque ese bombardeo de las instalaciones nucleares de Irán es una operación de altísimo riesgo para todo el mundo. 

Y es que quizá Trump quiere mandar un mensaje a aliados y a enemigos: ¡Soy capaz de cualquier locura si no me hacen caso!

Pronto se reunirá con Putin (otro que se ha puesto a jugar con las ojivas nucleares) y se aplicarán sus métodos. Putin viene de ser agente de inteligencia (y quizá de contrainteligencia también) y sabe medir al toro cuando está enfurecido, cuando tiene sed, cuando le duele la cola, cuando está harto del mismo pienso…; Trump viene de una vida desordenada (lo de la relación con Epstein y sus ‘juegos sexuales  colaterales’) y las cosas las ha resuelto ―si es que las ha resuelto― con trompadas, con dinero, con chantajes…  

Esta diplomacia de Trump está desordenando todas las mesas. En el terreno económico, que es la apuesta principal ―aunque parezca que la maneja con gran ligereza porque cambia de opinión como de calcetines―, en el corto plazo le puede causar problemas. Es un hecho que las inversiones estratégicas solo se vuelven en realidad efectivas en el mediano y en el largo plazo, y Trump quiere para ayer todo. Y ese desfase puede causarle corto-circuito en su dispositivo de poder.

En el momento presente, cuando los organismos internacionales creados por las mismas potencias mundiales ya no funcionan, porque no quieren que funcionen, seguir el itinerario de estos personajes que encarnan el poder político de sus países, resulta obligado para tratar de entender lo que está ocurriendo en el mundo.

La negociación en Alaska de la guerra contra Ucrania que lleva acabo Rusia puede resultar en un gran deslizón para Trump, si Putin lo logra driblar con tácticas como la de ‘la culebrita macheteada’. 

Logre parar esa guerra o no, se irá a arreglar lo de Gaza. Su primera propuesta ha sido sacar a los palestinos de allí, y mandárselos a Egipto o a Arabia Saudita, y dejar a Israel como rey y señor del desierto.

Con los errores que ha cometido el ejército israelí, y Netanyauh en particular, al llevar al colapso a los palestinos en Gaza bajo el pretexto que todo es por combatir a Hamás, se ha generado un cuadro poco favorable para la ocupación total de Gaza. Si camina en esa dirección, es probable que el mundo árabe ‘se mueva’ y tercie. 

Hamás selló su suerte con el ataque terrorista del 7 octubre de 2023: expuso a un suplicio a los palestinos de Gaza, y eso los pone fuera del esquema de solución a la cuestión palestina. Mientras tengan los rehenes podrán ser interlocutores, ¿y después? 

Si la diplomacia de Trump no sopesa con cuidado lo que puede y debe hacerse en Medio Oriente para construir una paz estable y duradera, pues se habrá perdido una oportunidad valiosa para salir de aquel infierno. 

Esta puede ser una hora buena para los palestinos, y también para los israelíes que quieren vivir en paz, que son muchos, porque nadie debe creer que Netanyauh representa a la totalidad de Israel. 

     

•Jaime Barba. REGIÓN Centro de Investigaciones