La matanza de la familia Pimentel a manos de un grupo de pandilleros en la zona rural de Nahuizalco, nos muestra la dimensión de la terrible inseguridad que sufrimos y el nivel de barbarie de estas bandas criminales de las que todos los salvadoreños, de una u otra manera, directa o indirectamente, somos rehenes.

Como cualquier familia salvadoreña, los Pimentel viajaron el 16 de enero, desde Chalchuapa, donde residían, hasta Sonsonate, donde Omar Pimentel es el preparador físico del equipo de fútbol local. Al regresar, aparentemente tuvieron un percance con una llanta en la zona de Los Naranjos y desaparecieron, hasta el hallazgo de sus cuerpos la tarde del jueves. Varios pandilleros han sido arrestados como sospechosos de los hechos y por el proceder en el crimen, está claro que la masacre es obra de pandillas.



La tragedia de los Pimentel puede ser la tragedia de cualquier familia salvadoreña y en eso es lo que tenemos que enfocarnos. Los gobiernos han visto crecer el fenómeno de las pandillas y han fracasado en como enfrentarlo; es más, alguno hasta llegó a pactar con ellos una vergonzosa tregua. Ojalá que el gobierno entrante se tome muy en serio este sufrimiento, esta amenaza constante a la paz social y finalmente acabe con este flagelo.