En un artículo anterior escribí acerca de una nueva forma de poder político que estaría desplazando a la democracia en algunos países. A este sistema se le denomina “los reyes modernos”, caracterizado por su capacidad de operar dentro de marcos democráticos. Ejemplos paradigmáticos de esta corriente son Trump, Milei y Bukele. Aunque existen muchos otros líderes, especialmente en Latinoamérica, que intentan sumarse a esta corriente monárquica con tintes dictatoriales, paralelamente emerge otra tendencia que simula una aristocracia u oligarquía, la cual busca integrarse y, progresivamente, desplazar a los reyes modernos.
La idea de una oligarquía mundial —un pequeño grupo de élites con control coordinado sobre gobiernos, economía, tecnología e información a escala global— es una preocupación creciente en los debates políticos y sociológicos actuales.
Es un hecho que, en la economía más próspera del planeta durante el último cuarto de siglo, los cambios políticos, legales y económicos han transformado profundamente la relación entre riqueza y poder político en Estados Unidos. Las revoluciones tecnológicas y de mercado de las últimas décadas han generado riquezas a una escala sin precedentes, concentradas en un pequeño número de individuos. Estos, para mantener el status quo, han encontrado que la estrategia más efectiva es influir en las elecciones a través de contribuciones monetarias ilimitadas, posibles gracias a modificaciones legales ocurridas en los últimos 15 años. Las donaciones no son la única vía para que los ultra ricos accedan al poder; siguiendo el ejemplo de Trump, algunos multimillonarios están aprovechando su influencia financiera para acceder a cargos públicos. Al menos 44 de los 902 multimillonarios estadounidenses que figuran en la lista de 2025 de la revista Forbes, o sus cónyuges, han sido elegidos o nombrados para cargos estatales o federales en los últimos 10 años, desde altos cargos en el Gabinete hasta puestos más oscuros en consejos asesores.
Estos mecanismos han facilitado la concentración del poder político en torno a intereses económicos, lo que implica un reto directo para la democracia tradicional y genera importantes debates sobre el futuro del sistema político.
¿Porque algunas tendencias parecen apuntar hacia una “oligarquía global”?
Actualmente, existen factores estructurales que concentran cada vez más poder en manos de unos pocos. El 1% más rico posee una proporción creciente de la riqueza mundial, mientras que gigantes tecnológicos como Apple, Google, Meta y Amazon, junto con fondos de inversión como BlackRock, Vanguard y State Street, así como megacorporaciones multinacionales, influyen de manera decisiva en los mercados y en la formulación de políticas públicas. A esto se suma el ascenso del poder corporativo tecnológico: estas empresas controlan datos personales, inteligencia artificial, plataformas de comunicación y, cada vez más, sectores estratégicos como salud, educación y defensa. El avance tecnológico supera la capacidad de actualización de los marcos regulatorios nacionales —como se evidenció recientemente en nuestro país con el caso de Doctor-SV— lo que les permite actuar, en la práctica, por encima de los mecanismos tradicionales de control democrático.
Del mismo modo que los ultrarricos han logrado adquirir un poder político creciente, a escala global aumenta la influencia de las élites económicas en las decisiones gubernamentales. Finalmente, la interdependencia global refuerza esta tendencia: la economía internacional depende de sistemas financieros, cadenas de suministro y organismos multilaterales dominados por las grandes potencias y sus actores económicos predominantes.
Si esta trayectoria continúa, la consolidación del poder oligárquico podría desembocar en una centralización sin precedentes del control político y económico, concentrado en corporaciones tecnológicas, instituciones financieras globales y sistemas de vigilancia e inteligencia artificial.
Como transmitió Orwell en su obra “1984”: Al final, comprendimos que la libertad nunca estuvo garantizada, porque no se pierde de un solo golpe, sino en pequeñas concesiones que parecen inofensivas. Descubrimos que la verdad puede ser moldeada cuando dejamos de cuestionarla, y que el control más poderoso no es el que se ejerce con fuerza, sino el que se instala en la mente hasta que aceptamos como propio aquello que alguna vez resistimos. Tal vez lo más alarmante no sea vivir bajo la vigilancia, sino llegar a amarla. Y así, sólo queda recordar que el primer acto de resistencia siempre será conservar la capacidad de ver, pensar y decir lo que realmente es.